Antologia de cuentos Antología | Page 39

Cuentos de Edgar Allan Poe otra parte del recorrido. Lo que vi sobre ese acantilado, aunque seguramente era un objeto de naturaleza muy extraordinaria, considerados la estación y el lugar, al principio ni me sorprendió ni me asombró, por su absoluta y apropiada coincidencia con las soñolientas fantasías que me envolvían. Vi, o soñé que veía, de pie en el borde mismo del precipicio, con el cuello tendido, las orejas tiesas y toda la actitud reveladora de una curiosidad profunda y melancólica, uno de los más viejos y más osados alces, idénticos a los que yo uniera con los pieles rojas de mi visión. Digo que durante unos minutos esta aparición ni me sorprendió ni me asombró. Durante ese intervalo mi alma entera quedó absorta en una intensa simpatía. Imaginé al alce quejoso tanto como maravillado de la manifiesta decadencia operada en el arroyo y en su vecindad, aun en los últimos años, por la cruel mano del utilitarismo. Pero un ligero movimiento de la cabeza del animal destruyó de inmediato el conjuro del ensueño que me envolvía, y despertó en mí la sensación cabal de la novedad de la aventura. Me incorporé sobre una rodilla dentro del esquife y, mientras dudaba entre detener mi marcha o dejarme llevar más cerca del objeto que me había maravillado, oí las palabras «¡chist!, ¡chist!», pronunciadas rápidamente pero con prudencia desde los matorrales de lo alto. Instantes después un negro emergía de la maleza, separando las ramas con cuidado y caminando cautelosamente. Llevaba en una mano un puñado de sal y, tendiéndola hacia el alce, se acercó lento pero seguro. El noble animal, aunque un poco inquieto, no hizo el menor intento de escapar. El negro avanzó, of