andar por ahí | martin patricio barrios ago. 2012 | Page 63
Djeneé, Mali, 2008 / DF, México, 2007.
Son como hilos colgando del polvo insoportable, después
son como una cruz hecha de hilos.
Siempre es igual, al rato ves las vacas o te parece ver las
vacas. Giran la cabeza con los brazos colgando del bastón
cruzado sobre los hombros. Te miran sobre el hombro. Con
menos interés que si vieran una brizna de paja y se pierden
en el polvo.
Todos iguales, todos tienen la misma cara, los mismos ojos,
los mismos AK 47 (el AK 47 ¿será el símbolo de la esperanza
de los desgraciados?), las piernas flacas que terminan en zapatillas de distinto número, un atadito, la bufanda sobre la
cabeza, la piel seca, las uñas negras, las palmas de la mano
rosada , un olor que pudiera servir para medir el tiempo.
Yo miro el polvo. Intento encontrar las siluetas en el polvo,
los troncos largos, las rodillas como nudos un poco flexionadas, los brazos colgando del fusil.
¿Cómo es que sueñan? ¿Con qué cosas? ¿Cómo se enamoran? ¿Quién les enseña a acariciar el cuerpo de una mujer?
¿Gimen en sus asuntos amorosos? ¿Qué cosa significará la
palabra esperanza o deseo? ¿Elegirán a la mujer por gusto
o por necesidad o se casan con lo que es posible casarse?
¿Qué cosas se dirán al oído después de amarse?
Me miro las manos con las que he soñado, amado, fracasado,
ilusionado, con las que he creído que era posible, con las que
te he deseado, las manos blancas, me miro las manos blancas abajo de la mugre, las uñas cortadas, mis manos blancas de dibujar sueños que habrán sido o no. Abro los dedos
como si hubiera una respuesta a alguna cosa entre mis dedos blancos y sucios y uñas cortadas con las que intenté
perros y mares y ventanas y pieles suaves de mujer todavía
dormida en mi cama una mañana de verano, con el silencio
de la mañana de verano.
Con esas manos blancas tomé agua y asé carne, desnudé
mujeres y oculté razones, cambié las cosas, o sea: mentí; abrí
puertas en la intimidad, me toqué donde me dolía, aplasté
mosquitos sin culpa de aplastar vidas.
Me miro las manos blancas y mugrientas, ahora con un cigarrillo de 10 Birr que humea y cada tanto hecha chispitas.
Están.
Ahí están.
Mientras yo me retuerzo en un laberinto pegajoso, golpeándome la cabeza y el culo en porvenires y mañanas o quién
sabe, ellos están ahí, con sus AK 47 cruzados en los hombros, como hilos, sin nombre, sin cara, en el polvo del desierto
que se burla de occidente, de nuestras pieles blancas, en el
desierto donde fracasa toda razón.
Una pena no tener dios como para decir: ¡ay dios mío, qué
lejos estoy de todo! de eso que me dijeron que sabía.
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