Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 84

forma de vida que podría ser entendida como la conjunción de barricadas y piernas sin afeitar. Pero qué mejor que la mezcla de arneses con dildos, martillos, pelucas estrafalarias, ladrillos, fuego, palizas, fisting y, cómo no, ultraviolencia”.[232] Existe una infinidad de testimonios como los hasta aquí citados que fueron seleccionados por azar para ilustrar al lector. No pretendemos abundar en ello, pues creemos que el objetivo fue cumplido. Ahora bien, es dable finalizar aquí con la siguiente conclusión. Hay un hilo conductor que atraviesa al feminismo desde la segunda ola, pasando por la tercera, hasta llegar a la ideología queer. Ese hilo está dado por un proyecto en común, que tiene que ver con la destrucción de la superestructura familiar y matrimonial heterosexual que en teoría contribuiría a la reproducción del sistema capitalista (estrategia de batalla cultural). Este hilo, no obstante, ha ido recorriendo un progresivo camino teórico que fue del materialismo dialéctico, pasó por el culturalismo del género, y terminó en la destrucción del mismísimo sexo. El asunto determinante aquí, pues, no tiene que ver con elecciones voluntarias individuales, sino con la voluntad expresa de transformar, incluso violentamente, el sistema económico y político que, paradójicamente, les ha permitido a estas tribus existir (¿o alguien puede probar que éstas existen o existieron en algún país comunista?). El asunto no es que una mujer piense que su cuerpo no tiene existencia natural; el asunto tampoco es que un hombre crea ser una mujer “encerrada” en un cuerpo masculino. Nada debería importarnos los desvaríos de cada quién, mientras no afecten nuestros derechos individuales. El problema es que afectarnos es el objetivo de estas ideologías y sus consecuentes militancias, tal como sobradamente hemos visto. Nada debería importarnos, por ejemplo, que determinado sujeto se considere a sí mismo, inclusive, un cocodrilo o la mismísima chita encerrada en un cuerpo humano, víctima de la tiranía de la “construcción social del discurso”; el problema es que la presión ideológica ejercida sobre el Estado lleve a éste a obligarnos al resto a compartir dicha locura y pagar los gastos de la misma, bajo la amenaza de la coerción. En efecto, tal y como reconocen las propias teóricas feministas, “desde el feminismo lo que se reclama una y otra vez es una mayor intervención estatal”[233]. Nada debería importarnos, sigamos diciendo con el fin de despejar dudas, que en un marco privado se practique “posporno” si quienes lo practican y quienes voluntariamente lo observan, gozan mutilándose o viendo a la gente mutilarse; lo que efectivamente nos importa, es que estas prácticas se realicen en espacios públicos, de manera invasiva y hasta coactiva, y que el feminismo radical haya llegado a promover el incesto y la pedofilia, como parte de una lucha política e ideológica por imponernos formas de sexualidad degradantes. Nada nos importa, en una palabra, lo que a cada uno atañe en su personalidad y