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se encuentra dada dentro de un mismo espécimen que posee simultáneamente órganos
‘femenino’ y ‘masculino’ o un solo gameto (meiosis monogamética). Esta condición se
aplica tanto al hermafroditismo como a la partenogénesis. Sin embargo, en la mayoría
de animales y buena parte de las plantas, los órganos productores de gametos se
encuentran distribuidos en especímenes separados, dando como resultado una
alteración morfológica diferenciada de los cuerpos sexuados que es denominada
dimorfismo sexual”.[192]
Así las cosas, las diferencias estructurales, anatómicas y fisiológicas de las
especies que se caracterizan por el dimorfismo sexual son siempre constatables, y en
algunos casos realmente llamativas. En el reino animal se pueden observar diferencias
funcionales, como en la producción de veneno, enzimas, hormonas, pigmentos, diversos
sonidos, y anatómicas, como las diferencias hallables en lo referente a la constitución
de los propios órganos, incluyendo órganos no-sexuales. En estas especies, dentro de
las cuales podemos ubicar al propio hombre, los dos sexos producen distintos
componentes químicos, y cuentan con órganos sexuales anatómica y fisiológicamente
diferenciados, diseñados para que, al complementarse, puedan generar una nueva vida.
Muchísimas especies animales no-humanas incluso han desarrollado diferencias
etológicas, es decir, diferenciadas formas de comportamientos entre los sexos, que
conducen y posibilitan el acto del apareamiento: sonidos, modos de caminar, danzas,
performances, etcétera.[193] A la luz de esta realidad, y considerando que para Butler
el sexo es otro producto más del “discurso heteronormativo”, Romero se pregunta:
“¿Cómo se explicaría desde una postura lingüística las diferencias sexuales en
organismos carentes de lenguaje?”.[194]
Podría respondérsenos que el problema estriba en que la realidad biológica no
puede ser abordada sino discursivamente; que la ciencia crea sus propias categorías de
identificación de sus propios objetos de estudio y, así, los pervierte. En otros términos,
la realidad biológica no sería realidad, sino también una contaminación discursiva de
nuestra cultura. Pero tal argucia no tendría en cuenta las lógicas propias de las ciencias
naturales y, de hecho, supondría la abolición de cualquier posibilidad de conocimiento
humano próximo a la objetividad, que curiosamente es lo que las ciencias naturales,
dado su particular objeto de estudio, han logrado en mucha mayor medida que las
sociales desde las cuales provienen este tipo de críticas.[195]
Nosotros podríamos cerrar preguntándonos: si tan imposible, ficcional e incluso
absurdo es el conocimiento para las ciencias biológicas y médicas, ¿habría perdido
algo la humanidad si el ser humano nunca hubiera contado con una ciencia de la
naturaleza y del cuerpo humano? La respuesta que el lector brinde a esta interrogante