Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 51

En otro orden, las golpizas contra las mujeres fueron también algo corriente en la Rusia comunista. La eliminación del capitalismo y las “condiciones materiales de existencia” no eliminaron la dominación violenta del hombre sobre la mujer, como esperaban los comunistas con sus ilusorias teorías de una supuesta edad de oro del matriarcado. De hecho, las golpizas en la URSS se vincularon directamente con el sexo marital, y de esos tiempos data aquel triste refrán ruso que reza que “el único que no pega a su mujer es aquel que no la quiere”. Incluso se llegó a utilizar una expresión para denominar la relación sexual que en su origen había sido una golpiza: trajnut. De nuevo, los doctores Stern nos permiten ilustrar todo esto con un hecho concreto: “En Moscú, un tornero llamado Merzliskov pegaba regularmente a su mujer Nedejda. Pegar es poco, la molía a golpes metódicamente, primero puñetazos y patadas, y después con ayuda de un destornillador o un martillo. Cuando la mujer se desmayaba, el marido la sumergía en un baño de agua fría y volvía a empezar. La mujer falleció durante una de estas sesiones”.[107] En este veloz repaso de la vida de la mujer bajo el socialismo real, no podemos dejar de traer a colación el problema de la prostitución. En efecto, el feminismo socialista siempre buscó hacer de la “profesión más antigua de la historia” una consecuencia de, vaya novedad, el régimen económico basado en la propiedad privada. Recordemos que ya decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista que “Con la desaparición del capital desaparecerá también la prostitución”. Kollontai afirmaba que “esta vergüenza [la prostitución] se la debemos al sistema económico hoy en vigor, a la existencia de la propiedad privada. Una vez haya desaparecido la propiedad privada, desaparecerá automáticamente el comercio de la mujer”.[108] ¿Se cumplieron las promesas comunistas? Va de suyo que no. Las prostitutas soviéticas siguieron existiendo, y sus servicios, como en la Cuba de nuestros días, estaban especialmente orientados a la satisfacción de los extranjeros. La represión del régimen, que persiguió las actividades rameriles enviando a las prostitutas a campos de concentración, no sirvió para detener la explotación del negocio sexual. Las prostitutas se siguieron moviendo en la clandestinidad: generalmente ofrecían sus servicios a bordo de taxis o de ferrocarriles. Y así, las promesas marxistas fueron sepultadas por una ironía de la historia: las prostitutas de Moscú eran conocidas como las “marxistas”, no por recitar de memoria los postulados del materialismo dialéctico, sino por esperar a sus clientes sexuales delante del monumento a Karl Marx.[109] La verdad es que los teóricos marxistas creían que derribado el “poder económico” con la destrucción del sistema de propiedad privada, no habría ninguna razón para que la mujer se prostituyera. Pero el reduccionismo económico marxista descuidó, además de la compleja naturaleza de la acción humana, otra forma de poder: