Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 143

apoya la agenda homosexual demuestra compasión y quien no lo hace, insensibilidad. Pero en verdad, esta dicotomía es otra deliberada distorsión. Por empezar hay que aclarar que la compasión es un noble sentimiento humano relacionado con la conciencia del sufrimiento ajeno y el consiguiente deseo de aliviarlo. Pero ocurre que este sentimiento es manipulado por la ideología del género, porque aquí no se percibe como compasivo a todo aquel que se acerque al homosexual con el fin de ayudarlo sino a quien se acerca para ponderar sus hábitos. Es decir, el concepto de la compasión ha sido hábilmente maniobrado en los debates y reducen este sentimiento sólo a su aspecto emocional despojándolo de toda intervención de la razón, dado que si alguien efectúa sobre el tema que nos ocupa un juicio refractario (sea moral, biológico, antropológico o científico), ese alguien “carecería” de toda compasión. O sea que con ese criterio, ante un amigo alcohólico la compasión no consistiría en intentar rescatarlo de su desarreglo sino en proveerle mayores dosis de bebida para que no se enoje ni sufra abstinencia etílica. Luego, una compasión que no sea guiada por la razón quedaría reducida a una simple pulsión desprovista de prudencia y discernimiento. En definitiva, la “compasión” tal como se exhibe y concibe en los manipulados debates televisivos, acaba siendo una piedad mal orientada, la cual nos conduce a proporcionarle al paciente los medios para que este siga apegado a sus vicios y no al rescate de los mismos: tal acción favorecería no a la persona sino a la permanencia de sus malos hábitos. Los ejemplos abundan y las tergiversaciones idiomáticas son trabajadas de manera permanente, dado que esta constancia distorsiva del lenguaje forma parte del catecismo sentenciado por el “pedagogo” Freyre: “Para ser auténtica, una revolución debe ser un acontecimiento continuo o de lo contrario cesará de ser una revolución y se convertirá en burocracia esclerótica (…) el proceso revolucionario se convierte en revolucionario cultural”[439]. León Trotski supo publicar La revolución permanente en 1930, Freyre varias décadas después propuso también la revolución permanente pero no a través de la agitación callejera como su predecesor sino de la deformación idiomática y cultural: nuevos vientos para viejas banderas. Mismos objetivos pero distinta estrategia. Aquella revolución era ruidosa, hostil, armada y dolorosa. Esta es silenciosa, simpática, desarmada y con anestesia. No en vano en los años ‘30 Charles Maurras no sin sentida preocupación advertía: “La revolución verdadera no es la Revolución en la calle, es la manera de pensar revolucionaria”[440].