Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de La Nueva Izquierda Agustin Laje y Nicolas Marquez - El Libro Negro de | Page 128

mucho mejor que en la modernidad, a la cual él culpaba por haberlos patologizado o estigmatizado. ¿No sabía Foucault la obviedad de que en la Edad Media a los locos, los pervertidos y a los delincuentes se les daba un trato muchísimo más hostil que en el mundo que él cuestionaba a través de sus textos y desde la libertad de cátedra bien remunerada? Nos resulta impensable suponer que Foucault desconociera la historia de una manera tan grosera como para reivindicar implícitamente un antiguo orden que por adhesión ideológica izquierdista él debería tomar como injusto, es por ello que tomamos nota de una buena interpretación que de este intrincado individuo hace el sociólogo Juan José Sebreli, quien sostiene que Foucault “manipulaba los datos históricos a su antojo y a veces los falseaba; los historiadores lo perdonaban porque creían que era un gran filósofo, los filósofos también lo excusaban porque creían que eran un gran historiador”[390]. En efecto, a Foucault nunca le interesó arribar a la verdad sino introducirle a la verdad argumentos engañosos con apariencia cientificista a los efectos de contaminarla y así, poder librar su enfermiza batalla existencial contra el mundo. Y quizás esta traumática y egocéntrica necesidad no de buscar la verdad sino de ensuciarla y ganar debates, fue la que lo llevó a sentir admiración por los sofistas griegos: “Creo que son muy importantes porque en ellos hay una prédica y una teoría del discurso que son esencialmente estratégicas; establecemos discursos y discutimos no para llegar a la verdad sino para vencerla. (…) Para los sofistas hablar, discutir y procurar conseguir la victoria a cualquier precio, valiéndose hasta de las astucias más groseras, es importante porque para ellos la práctica del discurso no está disociada del ejercicio del poder”[391]. O sea, Foucault bien podría haber sido entonces un mentiroso orgánico. ¿Orgánico al servicio de quién? Probablemente de sus locuras y taras personalísimas, que no eran pocas: los problemas de identidad en Foucault fueron tan agudos que en carta a una amiga suya suscripta a la edad de 30 años, confesó “haber vacilado entre hacerme monje o tomar el desvío de los caminos de la noche”[392]. Eligió este último carril, y mantuvo una insana vida signada por las drogas, el sadomasoquismo y la homosexualidad —elección de vida que años después pagaría muy cara—, siendo su amante más conocido el sociólogo comunista Daniel Defert. Y así como elogió la locura y ponderó al criminal, también Foucault encomió la sodomía y la consideró como una suerte de vida rectora: “La homosexualidad surgió como una de las formas de sexualidad cuando pasó de la simple práctica de la sodomía hacia un tipo de androginia superior, un hermafroditismo de alma”[393], agregando que “la homosexualidad no es un deseo, sino algo deseable. Por lo tanto debemos insistir en llegar a ser homosexuales”[394]. Declaración suya bastante inofensiva si la