armazones de variada índole acomodando no sólo su libreto sino su militancia, sus estandartes, sus clientes y sus fuentes de financiación. Por lo tanto, al comenzar la última década del Siglo XX, un sinfín de dirigentes, escritores, pandillas juveniles y organizaciones varias quedaron desparramadas, sin soporte discursivo y sin revolución que defender o enaltecer, en torno a lo cual estas corrientes advirtieron la necesidad de maquillarse y encolumnarse detrás de nuevos argumentos y banderines que oxigenaran sus envilecidas y desacreditadas consignas. Silenciosamente, la izquierda reemplazó así las balas guerrilleras por papeletas electorales, suplantó su discurso clasista por aforismos igualitarios que coparon el extenso territorio cultural, dejó de reclutar“ obreros explotados” y comenzó a capturar almas atormentadas o marginales a fin de programarlas y lanzarlas a la provocación de conflictos bajo excusas de apariencia noble, las cuales prima facie poco o nada tendrían que ver con el stalinismo ni mucho menos con el terrorismo subversivo, sino con la“ inclusión” y la“ igualdad” entre los hombres: indigenismo, ambientalismo, derecho-humanismo, garanto-abolicionismo e ideología de género( esta última a su vez subdividida por el feminismo, el abortismo y el homosexualismo cultural) comenzaron a ser sus modernizados cartelones de protesta y vanguardia.
¿ Y mientras tanto qué hacían los sectores del anticomunismo capitalista ante la creciente fabricación y proliferación de renovadas conflagraciones que pululaban? Lejos de tomar nota de estas súbitas rebeliones, se encontraban despreocupados y festivos no sólo celebrando la caída“ definitiva” del comunismo, sino leyendo con distendido triunfalismo el publicitado best seller de notable fama mundial El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama [ 14 ]( publicado en el insistente año 1992), el cual sentenciaba el triunfo irreversible de la democracia capitalista como hecho lineal e inalterable, suerte de agradable determinismo histórico pero ahora vaticinado por la derecha liberal, lo cual constituyó un gravísimo error de subestimación del enemigo. El comunismo no murió con la caída formal de sus Estados porque justamente lo más importantes son las organizaciones colaterales, y éstas ya existían desde mucho antes de la creación de la URSS: y siguieron existiendo después de la extinción de la misma.
Lo cierto es que fuimos muy pocos los que le prestamos atención a esta metamorfosis y, 25 años después, la izquierda no sólo se apoderó políticamente de gran parte de Latinoamérica sino lo que es muchísimo más grave: hegemonizó las aulas, las cátedras, las letras, las artes, la comunicación, el periodismo y, en suma, secuestró la cultura y con ello modificó en mucho la mentalidad de la opinión pública: la revolución dejó de expropiar cuentas bancarias para expropiar la manera de pensar.
Tras tomar nota de la inadvertencia social que hay en torno a este peligro y peor