estructura narrativa. Por otro lado, este género de minificción
obliga a un mayor esfuerzo de síntesis narrativa por parte
del escritor, al no contar con el apoyo de los elementos
antes mencionados. El narrador se ve obligado a contar una
pequeña historia con los mínimos elementos posibles y por
supuesto que el reto no siempre es superado con éxito.
Indiscutiblemente que con este fenómeno narrativo, que
lleva al extremo la capacidad de síntesis, estamos llegando
también al triunfo definitivo de la Estética de la recepción.
Puesto que al jerarquizar de manera preponderante el papel
del lector, se pone el acento en la recepción de la obra
literaria y se obliga al lector, a cumplir una función altamente
participativa, en cuanto recreador de la obra y no únicamente
como un testigo pasivo del proceso.
En el mismo sentido presenciamos que desaparece el
papel del crítico o editor, en su calidad de censor, como
intermediario entre autor y lector. Lo cual también hace
virtualmente evanescente y relativa la posible calidad literaria
del texto. Si el relato clásico y moderno debía pasar por el
ojo calibrador de los editores antes de llegar a ser impreso,
esta etapa es cancelada por la premura vertiginosa de la
red. La calidad estética del mensaje ante la urgencia de
llegar a su destinatario, termina siendo relegada a un
último plano. Si las alteraciones en el nivel semántico del
lenguaje del twitter son significativas, en el nivel gramatical
se vuelven mayúsculas. Entre otros aspectos, la ortografía
se ve seriamente modificada al acudir a las abreviaturas,
apócopes y contracciones que hacen prever hábitos de
contagio gramatical difícilmente corregibles.
Es difícil negar que en “chateos”
y “SMS”, que practican con
asiduidad adolescentes y
jóvenes, llenos de erróneas
abreviaturas o de faltas de
or tografías clamorosas,
renuncian a la corrección de
los textos y, por supuesto,
a su esmerada escritura.
Históricamente, los lenguajes
se han renovado, y con ello las
jergas de los jóvenes, pero la
sociedad nunca ha valorado
la expresión correcta tan
escasamente como hoy.
El problema no son las
abreviaturas arbitrarias o la
incorrecta ortografía, en sí
mismas, sino el progresivo
empobrecimiento expresivo de
su lenguaje, con el subsiguiente
problema que tendrán esos
jóvenes para razonar, para
enjuiciar o para expresar un
mensaje de acuerdo al contexto
en que se va a producir y al
destinatario que lo va a recibir
(Cerrillo, 2010: 209).
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