Agenda Cultural UdeA Junio 2013 | Page 15

ISBN 0124-0854
N º 199 Junio de 2013

El cumbión de los arrepentidos

Ernesto McCausland Sojo
El día en que reveló ante la feligresía sus carismas divinos, el músico Efraín Mejía no pidió perdón por los pecados habituales de un hombre común, sino que se arrepintió de dos de sus más populares canciones, Diabólico mapalé y La danza de las diablesas. Desde ese día, el líder de la mítica Cumbia Soledeña hizo de cuenta que jamás había gestado esa herejía, deshaciéndose así de dos de las más vibrantes piezas de su repertorio, las mismas que electrizaban multitudes en aquellos tiempos cuando la rueda de la cumbia era el centro radial de la vida. La pública confesión significó el regocijo de sus compañeros de feligresía, que siempre lo habían mirado con recelo, bajo la sospecha de que un hombre que le cantaba con semejante entusiasmo al demonio, no podía
ser un buen católico. De nada habían valido las explicaciones de que las canciones no eran manifiestos de simpatía por el diablo— como la pieza famosa de los Rolling Stones—, sino una apelación metafórica, tan inocente como la muletilla popular de“ ritmo endiablado”. Pero Efraín Mejía no sólo cambió los golpes de tambora por los de pecho, sino que se convirtió en cazador de letras heréticas, y no tardó en descubrir que su compadre Miguel Beltrán— patriarca de la otra gran dinastía soledeña— tenía en su repertorio una pieza aún más iconoclasta que las que él acababa de mandar al diablo: El muerto borrachón, un frenético cumbión sin coros que anticipaba en cinco estrofas la llegada de Beltrán a los cielos, y que comenzaba diciendo:
El día en que Miguel se muera, lo llaman el vagabundo,