ISBN 0124-0854
Hay muchos tipos de revistas literarias o culturales : en su primer número , The New Yorker declaraba su propósito de seriedad , sumado a la esperanza de no llevar a cabo ese propósito con demasiada seriedad . La combinación dio como resultado una tradición de caricaturas que ya dura casi cien años , y unas páginas donde se encuentra la dirección del restaurante de moda , una lista de las películas en cartelera esa semana , indicaciones para llegar a la tienda que vende saldos de Manolo Blahnik y el último cuento de Junot Díaz . O el texto de John Hersey sobre Hiroshima . La revista se puede enrollar para llevar en la mano como una baguette , se puede dejar en la mesita de noche o se puede hojear en la peluquería : podemos dedicarle tanto tiempo como queramos — diez minutos o una mañana — y usarla al final del día para matar una mosca molesta .
Las revistas preludiaron la lectura en internet que tanto irrita a los monjes dedicados : esa lectura simultánea de varias cosas sin prestar atención a ninguna , ese pasearse despreocupadamente por las letras hasta que de pronto algo nos llama la atención y nos obliga a mirar más de cerca , quizás a sentarnos , porque intuimos que pasaremos un rato largo con las páginas en las que Oliver Sacks habla de la alexia de Howard Engel .
Podemos abrir Golpe de dados , cuadernillos ínfimos cosidos con grapas , y leer un poema cualquiera , uno de Yves Bonnefoy que dice que “ con frecuencia , en lo calmo de una hondura , escucho el caer de un cuerpo entre las ramas ”. Quizás no sepamos si Bonnefoy está vivo o muerto , o en qué idioma escribió ; el sitio que ocupa en la pléyade tampoco es motivo de preocupación durante la lectura . Acabada esta , podemos seguir con un poema de Roca , o volver hacia atrás y leer a María Mercedes Carranza , sin tan siquiera unas palabras del editor advirtiéndonos sobre el contenido o poniéndolo en contexto .
Pero el editor estuvo ahí , qué duda cabe , y es una de las características más notorias de las revistas literarias : reticentes a progresar hacia la esfera de la industria anónima , sus páginas están habitadas por personas . Sabemos quién tuvo la idea de hacer la revista , quién escoge su contenido semana tras semana , quiénes la escriben , quién la engalana para que la podamos leer sin tropiezos , u hojear si nos da la gana . Ellos son personas y nos convierten a nosotros , los lectores , en personas , invitados a jugar con ellos una tarde . Podemos opinar , criticar con la crueldad con la que solemos criticar lo que amamos , hablar del último número con los amigos . Sentimos , los lectores de revistas , que formamos parte de una vida que fluye con aciertos y equivocaciones . No somos los partícipes silenciosos y apocados de quien ha sido invitado a presenciar un ritual congelado hace siglos en el cual no tendremos arte ni parte .
Hay revistas que nacen con una vocación absolutamente seria : “ Nuestra única intransigencia ”, dice el primer número de Mito , “ consistirá en no aceptar nada que atente contra la condición humana ”. Otras declaran desde el comienzo su inclinación por el humor : “ En términos generales ”, declara Harold Ross , editor de The New Yorker , “ esta revista pretende asumir una postura firme contra el asesinato . Pero no queremos ser fanáticos ”. En uno u otro caso , las revistas recuperan para los lectores la levedad que perdió la palabra durante los siglos de encarcela-
julio de 2013