ISBN 0124-0854
N º 187 Mayo de 2012 normativa. Dichas puestas en escena exhiben y generan conflictos de clase y sexo, resistiendo, reforzando o creando formas distintas de experimentar el deseo, la sexualidad y la identidad. Es la corporalidad la que permite explorar creativamente estas posibilidades, pues más allá de ver la materialidad del cuerpo como un ente pasivo que reproduce lo que en éste se impone por las normas culturales, los estilos de la época o los coreógrafos de turno. El cuerpo danzante tiene posibilidad de producir nuevos significados dentro de las estructuras en que se mueve.
Dentro del mundo de la danza hay una creencia compartida en la maleabilidad del cuerpo, derivada de una concepción occidental cartesiana del dominio de la mente sobre el cuerpo, en el que las reglas de la mente las obedece el cuerpo. Muchas veces se puede ver cómo coreógrafos, profesores e incluso bailarines defienden esto reiterando cómo los bailarines están capacitados para controlar sus cuerpos al extremo; controlar sus músculos y sus apetitos; bailar a pesar del dolor y el agotamiento.
Y no es que no se pueda; por supuesto, esto es posible y se realiza en la mayoría de las puestas en escena; lo que se requiere es una interpretación del acto físico que supere la mirada del cuerpo desde la pasividad y la
obediencia y le permita mostrar sus posibilidades de acción. Si bien la coreografía puede determinar la dirección, el vocabulario del movimiento, las secuencias e interacciones en la escena, el intérprete, al bailar, puede dotarla de nuevos significados, o reelaborar los dados, gracias al poder que le otorga la cualidad de la danza de ser, al tiempo, productiva y reproductiva.
La experiencia de la danza es paradójica, pues puede generar sensaciones kinestésicas de poder, control, trascendencia y unión con lo divino, y también referir a ideas de control o subordinación. Es un juego de tira y afloje en que se instalan, resignifican y crean valores culturales, como la imagen de la bailarina interpretando una coreografía en la que encarna y pone en acción los estereotipos de feminidad, pero, al mismo tiempo, interpreta dicho papel con tal fuerza, dominio de la técnica y habilidad, que niega dichos estereotipos.
Mirar la danza escénica desde esta perspectiva enriquece la experiencia como espectador y la empatía kinestésica y permite, tanto al coreógrafo, al bailarín y a los espectadores, nuevos espacios para compartir con y por medio de sus cuerpos en movimiento.