ISBN 0124-0854
N º 189 Julio de 2012
Mi amiga Yésica— tan mona como la rubia, rubísima de María del Carmen Huerta— hace parte de mi historia con Caicedo: con ella leí fragmentos de Angelitos empantanados, con ella vi hace un año el ciclo que preparó el cineclub de Kinetoskopio sobre el cinéfago, que culminó con el corto adorable de Los amantes de Suzie Bloom( Historia para western). Con ella leí las mejores cartas de Andrés en Mi cuerpo es una celda, la autobiografía preparada por el chileno Fuguet. Al tiempo, ella en su casa y yo en la mía, vimos Unos pocos buenos amigos, el documental de Luis Ospina. Ella leyó ― El atravesado ‖, mientras yo encontré en una biblioteca lejana de pueblo la primera edición de Colcultura de ¡ Que viva la música! Al tiempo nos enamoramos y a ninguna nos ha traicionado.
Con Yésicame adentré en la vida de un muchachito que desde los trece años tenía una carrera contra el tiempo, a quien apodaban Pepito Metralla y que no soltaba su máquina de escribir ni en las mejores fiestas. Un tipito comprometido con el cine y la literatura, amante de las historias de vampiros, que primero quiso ser actor y luego se hizo director, a quien solo escribir lo mantenía vivo. Un hombre al que la ausencia lo hacía escribir, enamorado de Patricia superdivina, que intentó dos veces su suicidio, hasta que ingirió las sesenta pastillas de Seconal.
El último de nuestros planes es viajar a Cali a finales de año. Ya tenemos veintiún años, edad en la que Andrés comenzó a sentirse un anacronismo, así que es justo cumplir con el compromiso de pisar las calles que él maldijo y escuchar allí la salsa que tanto bien le hizo. Hace un año planeamos el viaje, pero la Rubia partió para Brasil sin tiempo para cumplir con otros viajes. Cada que comentamos nuestras intenciones, nos preguntan si pretendemos cerrar un ciclo o algo parecido. Quien haya leído y quiera como se quiere a Andrés Caicedo, sabe que nunca se cierra ningún ciclo, que la decepción de sus días permanece en uno. Se mezcla con la de uno.
Por ahora, es domingo, noche de perdición. He soportado un domingo más gracias a Andrés y al analgésico que produce leer y releer sus cartas de domingo. Andrés se fue, pero quedó el mito que él siempre procuró: ― Mi sufrimiento amainará mientras me dure la fuerza que me haga seguir escribiendo ‖.
Eliana Castro Gaviria es estudiante de Comunicación Social-Periodismo de la Universidad deAntioquia— Seccional Oriente—. Escribió este artículo para la Agenda Cultural Alma Máter.