Agenda Cultural UdeA - Año 2012 FEBRERO | Page 6

ISBN 0124-0854
N º 184 Febrero de 2012 dicho hasta ahora, un aforismo es un texto en prosa extremadamente breve, de carácter gnómico, no narrativo y no ficcional. A estos rasgos definitorios podríamos añadir otros más contingentes como su tendencia al humorismo, a la agudeza, a la elipsis, al efecto sorpresa, etc. Personalmente, añadiría un rasgo que me atrevo a considerar identitario: la tendencia a discrepar. Los aforismos discrepan semántica, formal, poética, ideológica, espiritual y filosóficamente. Discrepan hasta consigo mismos, lo que explica su amor por las paradojas. Dicho todo esto, no hay que olvidar que en la república de las letras abundan los ciudadanos contestatarios, lo que implica que toda ley literaria que se formula sea objeto inmediato de excepciones y subversiones. Veamos algunas de ellas. En una reseña a Calcomanías de 1925, escribió
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Borges:“ Girondo es un violento. Mira largamente las cosas y de golpe les tira un manotón(…). Ante los ojos de Girondo, ante su desenvainado mirar, las cosas dialogizan,
2 mienten, se influyen”( 613-14). Durante el primer tercio del siglo XX, los aforismos parten de la citada economía de lo breve( concreción, agudeza, intensidad, etc.) y la violentan. Decía que la forma específica mediante la cual este género literario ejerce la violencia es la discrepancia. Durante las vanguardias esta discrepancia deviene lisérgica. El aforismo
empieza a subvertir algunos de los rasgos que le eran supuestamente esenciales, poniendo en cuestión la lógica de la máxima información en el mínimo espacio. Contra la eficacia del aforismo clásico, las vanguardias empiezan a construir aforismos a partir de digresiones, lógicas imposibles, imágenes arbitrarias, transitando un nuevo territorio transgenérico que bebe más que nunca de la poesía. Aunque fue Ramón Gómez de la Serna el primer autor que dinamitó la lógica clásica del aforismo en castellano, autores como Bergamín, Girondo o Max Aub siguieron su huella. Su perversión del género es tal, que un gran número de lectores y críticos perfectamente autorizados consideran que greguerías, granizadas y calcomanías no son aforismos. Más que renunciar al pensamiento, predominante en las máximas, puede decirse que estos autores eligieron pensar con metáforas. La sacudida que le dieron al aforismo se parece a lo que hicieron Arreola o Monterroso con el cuento: transitar géneros limítrofes, sabotear sus principios esenciales y hacer de la subversión literaria una ley. Más allá de esta búsqueda de la discrepancia, el carácter ocurrente, lúdico y repentista de los aforistas de vanguardia ha sido siempre un arma de doble filo: la simpatía que despertaron sus obras impidió en muchas ocasiones una consideración más profunda de su alcance. Las greguerías, por ejemplo, siempre se enseñaron en la escuela como si fueran juguetes