ISSN 0124-0854
N º 194 Diciembre de 2012
— Estoy preocupado por mi amiga— dijo el señor Drake, apresurándose hacia él—. Temo que se haya dormido en el lavabo.
— Lo cierto es— contestó el dueño— que se ha quedado dormida en una habitación desocupada del piso de arriba. No se preocupe. Mi hija se ocupará de ella si se despierta y no se encuentra bien. Yo conocía a su marido. Ahora no puede hacer nada por ella. porque, aun cuando era una mujer hipertensa y nerviosa, poseía una gran capacidad emotiva y solo algunas cosas le afectaban directamente.
Se sentía muy feliz y pensó en su tío, que quince años atrás se había emborrachado en un congreso hasta perder el sentido. Se había paseado por la ciudad durante toda la mañana sin saber dónde estaba. Sonrió.
Se metió las manos en los bolsillos y miró gravemente a los ojos al señor Drake.
Éste, al no sentirse a la altura de una situación tan delicada, pagó la cuenta y se marchó. Ya en la calle, subió a su camión recién pintado de rojo y se quedó sentado, escuchando la lluvia con aire desolado.
A la mañana siguiente la señora Perry se despertó poco después de amanecer. Gracias a su excelente constitución no se encontraba muy mal, pero se quedó en la cama sin moverse durante largo rato, mirando a las paredes. Poco a poco recordó que la habitación donde estaba acostada quedaba encima del restaurante, pero no sabía cómo había llegado hasta allí. Se acordaba de haber cenado con el señor Drake, pero no mucho de lo que le había dicho. No se le ocurrió echarle la culpa de su estado actual. No se puso histérica al encontrarse en una cama extraña
Tras descansar un poco más, se levantó y se vistió. Fue al pasillo, encontró la escalera y bajó conteniendo el aliento mientras el corazón le latía deprisa, porque estaba deseosa de bajar al restaurante.
La luz del sol entraba a raudales y aún olía a carne y salsa. Con pasos poco seguros avanzó por el pasillo entre las filas de reservados de madera. Las mesas no tenían manteles y estaban fregadas. Miró ansiosamente de una a otra, esperando encontrar el reservado en que se había sentado, pero fue incapaz de decidirse por ninguno. Todas las mesas eran idénticas. Al cabo de un momento, aquel anonimato sólo sirvió para acrecentar su ternura.
— John Drake— susurró—. Mi dulce John Drake.