ISSN 0124-0854
N º 194 Diciembre de 2012
Así es. Todos aman a Jericó; su rostro de arcángel esculpido en el renacimiento, su largo cabello rizado color azul, la hermosa voz emparentada con el viento, y el casi imperceptible reptar de los cangrejos en la arena. Porque el ser-estrella constituye el único lazo admisible entre los habitantes de la sala con una fracción exclusiva del mundo exterior. El sitio en donde todos, todos ellos hubiesen querido vivir. Jericó se mueve rápidamente. Su piel posee una estructura especial, que le permite adherirse a la pared de ladrillos y trepar hacia la única ventana. ¡ Qué maravilla...!...¡ Puede hacerlo...! Está encantado de hacerlo, pues sus ojos azul hortensia no se detienen en la gente que pasa por la playa, no se molesta en ver a nadie, y nunca ha dicho...— Allá está el salvavidas, la rubia del bikini, el vendedor de globos, los heladeros, una competencia de regatas... Él tiene su manera de contar e hilvanar y de llevarlos en cabalgata sobre el firme potro de su voz hacia otros horizontes ubicados detrás de la ventana. Le resulta fácil descubrir la silueta estilizada de un velero recortado entre el índigo apacible del mar y el crepúsculo incendiario, navegando hacia una noche estremecida por cien mil estrellas de platino líquido. Jericó … ¡ Tan bello que duele mirarle! Jericó sabe mecer en el viento a las gaviotas y atrapar
el liviano reflejo de los peces voladores sobre encrespadas olas de fósforo y estaño; predice el carnaval de la próxima tormenta y cuenta amorosamente los delfines... Se fatiga pronto, y desciende a reposar largo rato. Huele a mar y a puertos y a caletas y ensenadas. Trae partículas de algas, rutilantes de yodo, arena, clorofila, adheridas a los húmedos cabellos; restos de sal vivificante( lamida por todos) impregnan las puntas de su cuerpo, llagadas por el esfuerzo. Pasa demasiado tiempo adosado a la ventana. Jericó es la mitad de la vida en esta sala de hospital. Jericó recibe un amor múltiple y sin límites, que ciega torpemente a sus amigos. Ninguno de ellos pudo imaginar que la melancolía caería fulminantemente sobre él, después de haber relatado el esplendoroso Melusina. desfile del circo
Aulló, gritó, silbó. Sofocándose intermitentemente en sus propias carcajadas. Le estaba vedado palmotear al divisar los flamantes camellos ricamente enjaezados, los fieros tigres de Bengala, las dóciles llamas, las yeguas árabes y los caballos de paso colombiano empenachados en rojo, las moteadas jirafas mordisqueando hojas del verde eucaliptus... ¡ Perros saltarines!, elefantes lustrados con cera azafranada, y bravos leones con melenas de cobre liso. También las luces y campanillas y acordeones, platillos, marimbas