ISBN 0124-0854
N º 182 noviembre de 2011
La pujanza de Toño
Fernández: canto, gaita y tambor
Ciro Quiroz Otero
H
Gaitas lejanas la noche nos ha metido en el alma
¿ Vienen sus voces de adentro o de allá en la distancia?
Jorge Artel
ijo de un tambor, tuvo por madre una gaita. Quiso un nombre y lo tuvo; se llamó Antonio, y quién sabe qué obstinación perversa cambió su apellido: ya no sería Hernández, como le correspondía, sino Fernández, como le dio su gana. Tenía figura regordeta y cara de indio legendario, redondeada exageradamente por dos mejillones pálidos. Sus manos de gigante empuñaban, una, la cascabela, nombre que le dio a la maraca, y la otra, la izquierda, sostenía el pito llevado suavemente al soporte de sus labios. Con furia sonaba la maraca que, agitada, se sacudía rabiosamente de arriba a abajo,
sin descender más allá de su vientre y sin sobrepasar la altura de su sien. De su garganta fluían melódicos cantos que adornaba con un“ guapirreo” previo, cantos rudimentarios donde el sentido del ritmo latía con su espíritu cargado de gestos y cadencias sonoras.
No se sabe qué enigma escondía para los gaiteros, pero si la escena transcurría hasta el amanecer, el sol, sospechosamente, con Toño a la vista, retardaba su aparición en el horizonte, y hacía más larga la noche. Soplaba el pito, y Toño, con el mismo arrebato contagioso del grupo acompañante, movía su dedo índice izquierdo, sensible, nervioso, buscando notas, sonidos y más sonidos en el macho.
Años después, Toño abandonaría los instrumentos, instrumentos casi vivos,