Agenda Cultural UdeA - Año 2011 AGOSTO | Page 10

ISBN 0124-0854
N º 179 Agosto de 2011 heterogéneos que expresaban varias urgencias. En primer lugar, aquella de atender los problemas de sectores sociales que habían sido relegados a los márgenes de la política; en segundo lugar, la de ofrecer alternativas a quienes se habían visto forzados a saltar las fronteras de la legalidad, abriendo puertas para su reincorporación y en tercer lugar, la urgencia de buscar acuerdos básicos para detener el deterioro de las prácticas políticas y de la democracia, forzando una reinvención de las instituciones.
No cabe minusvalorar el hecho de que, empujados tal vez por la gravedad de los síntomas, quienes se comprometieron con el proceso y activaron los mecanismos que permitieron este encuentro de heterogeneidades rompieron dos barreras que por algún tiempo se habían juzgado infranqueables. Por un lado, la idea de que la Constitución de 1886 solo la podía modificar el Congreso, lo que hacía que el poder para decidir al respecto lo ostentaran precisamente aquellos que sacaban réditos del deterioro y la exclusión. Y por el otro, la suposición de que estábamos irremediablemente condenados a que nuestros conflictos atrajeran solo calamidades y destrucción, y que en tal situación era infructuoso cualquier esfuerzo por saltar las trampas de la confrontación armada. Desatar esos nudos y producir los hechos políticos necesarios para abrir el
sistema político constituyó, sin duda, un acto que implicó valentía y creatividad y cuyos efectos debemos reelaborar en la memoria colectiva como un parteaguas.
De los cambios en el régimen político que allí se trazaron me interesa subrayar algunos, hablar de las promesas iniciales y de los mecanismos que suponían su realización, señalando también un poco de la tosca materia en la que se concretaron aquellas promesas. Para decirlo de manera simplificada: el programa de cambio que incorporó la Constitución de 1991 significaba pasar de la democracia representativa a la democracia participativa, romper el dominio bipartidista y hacer de la política local la base del desarrollo de nuestras instituciones democráticas. Consistía en un programa que guardaba cierta articulación con la idea de conducir al país por la ruta de cambio más segura hacia una política moderna y plenamente democrática.
Las promesas
La primera promesa consistía en incrementar la participación de los ciudadanos con la idea de que así se superarían los vicios y restricciones de la democracia representativa. La desconfianza frente a los representantes nos juntaba con muchas otras experiencias del mundo; de hecho podría decirse que esta parte del programa tenía