ISBN 0124-0854
N º 163 Marzo 2010 seres humanos, pero quizás a la mayoría sí le ocurre que en su vida hay un tiempo en el que el mundo, esa exterioridad cotidiana, comienza a parecerle extraña a su sensibilidad, ajena a su expectativa vital. En palabras de algún rockero inglés o de algún escritor suramericano, comienza a extrañar su patria chica( su infancia, su adolescencia, sus veinte, su ingenuidad, su romanticismo, su ideal de de belleza, etc), la poética de una vida en la que los sueños están intactos. Entonces, se apodera de él o ella, el desdén y quizás el cinismo, o se niega a esto y se refugia en la nostalgia y el recuerdo, se amuralla en un estilo de vida apartado de la bulla de la moda y de las muchedumbres juveniles. Quizás fue el caso, a su modo, de Elías Canetti o Juan Rulfo, en la literatura, o de Wim Wenders o Víctor Érice para el caso del cine, en sus respectivos momentos.
En el cine, lo que ocurre actualmente pareciera reflejar lo anterior, la llamada posmodernidad ─apelativo para el caos y la confusión, el oropel y el cambalache de los referentes y paradigmas de la modernidad─ con licencia para matar o, cuando no de plano, arrasar lo que antes fue el arte o lo artístico en el sentido de la exaltación de la humanidad, consolidó su entrada a unas
sociedades donde el individuo ya fue cosificado, y lo que nos toca en ello es la huida o la asimilación( Umberto Eco diría „ integrarse ‟ al orden cerrado).
En un cine como el actual caben muy pocas probabilidades de escapar a tal realidad. Con excepción de unos cuantos nombres( Kaurismaki, Won Kar Wai, Ken Loach, Kusturica, Bertrand Tavernier) que insisten en buscar su estilo, en explorar su tema o en desarrollar su propio lenguaje, el panorama se muestra proclive a las historias sin alma, a los personajes de cartón paja, de imposturas pretensiosa y pretendidamente comprometidas, estilo Almodóvar( o estilo RCN), sin dimensión completa ni compleja de nuestra condición ajena a la producción serial y homogeneizada, de ahí que el cine de Quentin Tarantino, sus personajes de cómic sean recibidos y aceptados complacientemente, con el cinismo de una verdad que se traga a la fuerza, pues son el reconocimiento y burla a este panorama, a esta incapacidad de los realizadores por buscar un compromiso mayor con una ética y una poética del oficio.
Veamos lo que quiero señalar en un aparte del crítico Oswaldo Osorio sobre la película colombiana El colombian Dream de Felipe Aljure: