ISBN 0124-0854
N º 162 Febrero 2010 ocurrencias mestizas como la de combinar whisky con morcilla. Con plena conciencia, Porras ha zurcido selectos lugares comunes cuyo resultado es el argumento del que cualquiera puede sentirse protagonista. Se trata de los mismos recursos preferidos por Fernando Vallejo, con la diferencia de que la aplastante voz del ogro anula cualquier asomo de comunión con el lector.
Pero que Hijos de la nieve apueste por los trazos generales de una historia representativa no significa que no interesen a su autor los perfiles particulares. De hecho, uno de sus botines literarios— el Premio Nacional de Literatura, modalidad cuento, de 1996— corresponde a un hábil estudio de hipertrofias individuales: las Historias de la cárcel Bellavista( 1997). Del mismo talante es la novela Happy birthday, Capo, basada en el último día de la vida de Pablo Escobar Gaviria. El Capo, encerrado en la casa que será su última guarida, pasa revista a los actos de su existencia; pero, aunque sea su cumpleaños, la colección de recuerdos exhala un olor de atenuada melancolía
más que de apasionado balance de cierre: la exaltación parece estar en los demás, en quienes, por influjo de diversas obsesiones— venganza, despecho, codicia, corrupción, inocencia, hambre de justicia— se encargan de estrechar el cerco hasta el abatimiento del protagonista.
Es imposible pasar por alto que, si la primera novela se alarga sobre los pesados años que hacen la gloria y caída de un servidor de la nevada coca, Happy birthday, Capo se concentra apenas en un puñado de horas. Quizá ocurre que el autor, a paz y salvo con la necesidad de hacer sociología del narcotráfico, ahora puede entregarse a un gesto más novelesco. Ya no es la exigente radiografía de lo que todos conocen lo que ofrecen sus páginas, sino la personalísima estampa del estertor de un personaje mitológico. Si Albert Camus imaginó los sentimientos que bullían en el alma de Sísifo cada vez que su rutina maldita lo obligaba a descender la colina en busca de la piedra, Porras discurre ahora, a su gusto, las lucubraciones de un hombre que, a un paso del pelotón de