ISBN 0124-0854
N º 162 Febrero 2010 cierta distancia era como un requisito que ambos se cuidaban de mantener. Pero se habría puesto nerviosa si Juan Camilo hubiera llegado a preguntarle con quién hablaba por teléfono cuando él salía para la oficina, con quien almorzaba cada quince días, por qué ese día la encontraba con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, como si tuviera fiebre.
El potro de Juan Camilo se remató por menos de lo que él esperaba. Laura pudo ver su cara de descontento en medio del círculo de amigos sobre los cuales trataba de sobresalir con chistes y comentarios que pretendían ser graciosos. Marcela preguntó algo que Laura no entendió. De las pesebreras sacaban la yegua baya del doctor Martínez, un animal de buenas proporciones, de galope suave. El único defecto era una mancha blanca que le bajaba por la cara hasta rodearle los ollares.
—¡ Mira, Mariana, es la yegua del abuelito de Federico y Camilo!— dijo Marcela tratando de distraer a la niña, que insistía para que la llevaran a conocer a los recién llegados.
—¿ Puedo montar en el helicóptero, Mami?— No, Mariana, ¡ ni pensarlo!— dijo Laura, antes de que Marcela pudiera responder.
Un afamado cirujano plástico ofreció por la yegua baya. Alguien que Laura no conocía hizo otra oferta. El Patrón, que hasta ese momento se había mantenido al margen, multiplicó por diez la suma ofrecida. Un silencio expectante se extendió por las tribunas. Juan Camilo miró sorprendido, sosteniendo el vaso de cerveza en la mano. Durante un momento sólo oyeron el rumor de las ramas de los eucaliptos. Mariana se quedó muy quieta, con la mano todavía sucia de chocolate apoyada en el muslo de Marcela. En lugar de reprenderla, su madre volvió a componerle el surtidor de pelo en la coronilla de la cabeza. Después, se inclinó para besarla.
El martillo, que creyó haber entendido mal, se volvió hacia el Patrón para preguntarle algo en voz baja. El Patrón repitió la oferta.