ISBN 0124-0854
N º 158 Septiembre de 2009
Desde que apareció el cine y luego al televisión, los creadores más lúcidos han reconciliado el teatro con su inevitable carga de falsedad. Su efecto de realidad se ha desplazado a la verdad del mecanismo, es decir, a la realidad que adquiere el proceso de representación, el juego hecho visible de sustituciones, fingimientos y engaños. En el caso de los teatristas más destacados— pensemos en Tadeusz Kantor—, esto ha dado lugar a mundos teatrales con una poderosa capacidad de cuestionar desde su plano poético, desde el espacio inmediato y real de lo teatral, el mundo de la realidad. En estos casos, ese exceso de materialidad que juega a seducirnos con sus ropajes siempre excesivos nos arroja sobre un vacío que solo se presenta como ausencia. Desde este enfoque de análisis de las estrategias de teatralidad, puede entenderse la defensa del director argentino Ricardo Bartís de un mundo específicamente escénico, cargado con la energía cercana y cálida de los cuerpos y la materialidad de la escena, que adquiere una fuerza capaz de desestabilizar la realidad exterior:“ Actuar significa atacar el concepto de realidad, de verdad, de existencia” 17( Bartís 2003: 33). La emancipación progresiva de cada uno de los componentes escénicos que forman el