ISBN 0124-0854
N º 157 Agosto de 2009
Lo sagrado, la magia, el sentimiento
Por: Roger Chartier * Traducción: de Jesús Anaya Rosique
Impreso o manuscrito, el libro ha sido investido permanentemente de poderes deseados y temidos. El fundamento de semejante ambivalencia se lee en el texto bíblico, con la doble mención del libro comido, como aparece en Ezequiel III, 3:“ Y el Señor me dijo: Hijo del Hombre, tu vientre se alimentará de este libro que te doy, y tus entrañas serán colmadas. Yo me comí ese libro, se volvió dulce en mi boca como la miel”.
Y se repite en el Apocalipsis de san Juan X, 10:“ Tomé el libro de la mano del ángel y lo devoré, y estaba dulce en mi boca como la miel; pero apenas lo engullí, me supo amargo”. 1
El libro dado por Dios es a la vez amargo, como lo es el conocimiento del pecado, y dulce, porque es promesa de redención. La Biblia, que contiene este libro de la Revelación, es ella misma un libro poderoso, que protege y conjura, aparta las desgracias y aleja los maleficios. En toda la cristiandad, el libro sagrado ha sido objeto de usos propiciatorios y protectores que no suponían necesariamente la lectura de su texto, sino su presencia material en la cabecera del enfermo o de la mujer que está pariendo.
En toda la cristiandad, igualmente, el libro de magia se encuentra investido por esta carga de sacralidad, que otorga saber y poder a quien lo lee, pero, a la vez, está sometido a él. 2 En las sociedades tradicionales, los libros de magia encierran esta doble fuerza, que sean impresos como lo fueron las múltiples ediciones del Gran y el Pequeño Albert, o manuscritos, como los libros de conjuros( grimoires), copiados y conservados con temor. Los lectores son invadidos y sacudidos por el libro que los sujeta a su poder. Una captura tal no se puede enunciar más que con dos lenguajes: primero, el de la posesión diabólica, y segundo, el de la locura provocada por el exceso de lecturas. 3 El peligro de la lectura de los libros de magia está listo para extenderse a toda lectura, cualquiera que sea, en la medida en que la lectura absorbe al lector, lo aleja de los demás, lo encierra en un mundo de quimeras. La única defensa