El gran Maestro espiritual de
ISBN 0124-0854
N º 140 Febrero de 2008
El Maestro
Luis Tejada
El gran Maestro espiritual de
todos aquí es Tomás Carrasquilla . Hace días , sin embargo , que no se sienta en este cenáculo , ni está con sus discípulos ; sólo ya de cuando en cuando se aparece a alguno de ellos , pero esas apariciones se hacen cada vez más raras . El Maestro ha resuelto ocultarse en el seno de una vida familiar y silenciosa .
Yo recuerdo , y recordaré aun por mucho tiempo , la última noche que estuvo entre nosotros , sentado en su amplio sillón director , con ese aire monumental y grave que adopta cuando nos disponemos a oírlo . Nunca había contemplado su figura tan neta , tan definida , tan resaltante , con los tintes intensos de un aguafuerte : el sombrero grande un poco torcido y encasquetado , pero no inconveniente , las recias mandíbulas rasuradas y el cuerpo enorme y satisfecho metido dentro de un traje ceñido y abrochado , todo le daba no sé qué aspecto de austeridad clásica y de leve bohemia , de descuido elegante y de discreta corrección . Esa visión bella y fuerte me entusiasmó porque
comprendí que aquella noche existía en el Maestro una analogía suprema entre su alma directora y su conformación exterior ; porque creí asistir por un momento y en silencio , a la creación de un espectáculo conmovedor e inestimable que buscamos en vano en el mundo : la confluencia misteriosa del espíritu y la forma , de la inteligencia y el aspecto externo , para hacer la entidad perfecta , para constituir el conductor ideal , imponente y armonioso . Así transfigurado , la palabra del Maestro aparecía ante mí , sabia y penetrante .
Cuando Tomás Carrasquilla habla aquí , muchos le tememos un poco , porque quizás somos demasiado débiles para seguirlo en sus aversiones impetuosas , y para identificarnos con sus ideales intransigentes de Vida , de Belleza , de Literatura . Sabemos que nuestras más caras adhesiones intelectuales y nuestras ingenuas creencias se van a disolver ante el ácido mordedor de su discurso . No tenemos el valor ni la libertad espiritual suficiente para resignarnos a que el viejo sublime arroje a golpes de látigo a los mercaderes de nuestros templos .