Agenda Cultural UdeA - Año 2008 AGOSTO | Page 25

ISBN 0124-0854
N º 146 Agosto 2008
Caminamos para cambiar el lado de la cancha con unos pocos segundos para refrescarnos. Ninguno de los dos bebe nada: parece que la adrenalina es la que nos mueve. Observo de reojo a mi entrenador, comprendiendo, gracias a seis años de una relación basada en la confianza, lo que sus ojos me indican. Me seco el sudor, nuevamente, con la toalla, y espero el servicio: quien gane este punto tendrá punto para partido. Nada garantiza la chica: la chica no es recompensa para ganadores ni consuelo para perdedores.
Mi rival pide cuatro pelotas y devuelve dos. Se mete una en el bolsillo de la pantaloneta y se apresta a servir. Lo hace con violencia, al centro de la cancha: me quito la bola con rapidez, la dejo un poco corta y, lo que parece un tiro fácil para El Único, es un error no forzado que se queda en la malla: 6-7. Estoy adelante y con mi servicio. que se vuelve interminable: yo con mis dudas, él con su majestuosidad. Pero cuando él parece tomar el control del punto con un revés paralelo y se acerca a la malla, yo me defiendo con un globo que lo deja mirando atrás. La gente en silencio, la bola que cae lentamente y el canto de out que nunca llega. Levanto las manos y doy un pequeño brinquito: he ganado el partido.
Sacudida de manos con mi oponente y con el árbitro: el resto de los aplausos y reverencias quedan entre el público y yo. Una mirada a mi entrenador me corrobora, debido a su movimiento negativo de cabeza, que ella nunca llegó.
Camilo Herrera Rodríguez estudia actualmente una Licenciatura en educación básica con énfasis en humanidades e inglés en la Universidad Luis Amigó.
Estoy nervioso y, posiblemente, no cerraré el partido. Recojo mis pelotas y me dispongo a servir con violencia: dejo la bola en la malla. Tengo el segundo servicio y me lo voy a jugar como si fuera el primero. Respiro, mientras reboto las bolas en el tapete. Saco, con todas mis fuerzas, y paso la pelota al otro cuadro correctamente. Sin embargo, El Único adivina el lado y responde con un derechazo que me hace trastabillar, pero no lo suficiente, pues alcanzo a poner la raqueta hacia el lado derecho de la cancha, el más alejado para mi oponente. Comenzamos un peloteo de derecha