Agenda Cultural UdeA - Año 2007 JUNIO | Page 13

ISBN 0124-0854
N º 133 junio de 2007

La poesía y la felicidad

Natalia Pikouch
¿ Para qué sirve un poema? Sí, ¿ para qué? Pues para lo mismo que la sopa, los zapatos o las computadoras— sólo que el poema es más efectivo—: ¡ para ser felices! En verdad, todo lo que hacemos, adquirimos o inventamos lo hacemos con el propósito, consciente o no, de ser más felices. Seré más feliz si el suelo no me hiere los pies, más feliz si no tengo hambre, si puedo realizar el trabajo más fácil y rápidamente...
¿ Y el poema? Bueno, seré más feliz si seré más yo. Si me conozco, si me amo más. Pues, a fin de cuentas, ¿ quién es el que va a ser feliz? ¡ Precisamente, seré esta persona! Pero ¿ qué tiene que ver la poesía con eso de ser yo?
Cada vida, cada corazón canta su canción. Una especial, para los días soleados y cálidos, otra diferente para los sombríos, otra más para las noches solitarias... La vida va cantando quedamente, pero casi nunca la escuchamos. Sólo las personas más atentas, más despiertas, las que se toman tiempo para oír los latidos del mundo, los de los corazones propios y ajenos, los del corazón común de una ciudad, de una cultura, del universo, advierten estas canciones y, a veces, las transcriben para nosotros. Son capaces de distinguir la profunda canción silenciosa bajo el ruido y el
movimiento de la actividad, y cuentan con los medios para reproducirla. Los llamamos“ poetas”.
El poeta nos hace recordar cómo oír al propio corazón, nos conecta con nuestra propia alma, ¡ nuestra propia, no la de él! Cada poema que nos toca, que nos gusta, que nos conmueve, es un hilito de conexión entre nuestro exterior y nuestro núcleo. Es como un ovillo mágico del cuento de hadas que rueda delante de nosotros para llevarnos hacia nosotros mismos. Muchas veces encuentra obstáculos en este camino y obra como una excavadora. Con cada lectura abre un pequeño trecho del túnel a través de las rocas de la insensibilidad. Por eso, un poema que merezca este nombre nos gusta más y más a medida que lo volvamos a leer y, a la vez, nos prepara para los poemas futuros. Hasta que llegue el momento de intensa felicidad de encontrarnos cara a cara con nosotros mismos.
Y la poesía teje este camino por siglos— éste es su oficio—, para cada nación, cada cultura, cada idioma.
Claro está, el poeta necesita traducir las cosas inexpresables, indecibles de nuestro interior en un lenguaje comprensible, con imágenes imaginables, con palabras conocidas. Él es un