Agenda Cultural UdeA - Año 2007 DICIEMBRE | Page 21

ISBN 0124-0854
N º 139 Diciembre de 2007
Aquel día, el Síndico se sentía muy feliz, pues había conseguido una variedad más peculiar que todas las demás: la flor, blanca y violácea, casi poseía las estrías de un lirio. La observaba, le daba vueltas por todas partes y, cuando la volvió a poner en el suelo, dijo:
— Dios es un gran pintor.
Cornelius Berg no contestó. El apacible anciano prosiguió:
— Dios es el pintor del universo.
Cornelius Berg miraba alternativamente la flor y el canal. Aquel empañado espejo plomizo sólo reflejaba arriates, muros de ladrillo y la ropa tendida de las lavanderas, pero el viejo vagabundo, cansado, contemplaba en él toda su vida. Volvían a su memoria determinados rasgos de algunas fisonomías vislumbradas en sus largos viajes: el Oriente sórdido, el Sur desmantelado, las expresiones de avaricia, de estupidez o de ferocidad observadas bajo tantos hermosos cielos; los refugios miserables, las vergonzosas enfermedades, la reyertas a navajazos a la puerta de las tabernas, el rostro seco de los prestamistas y el hermoso cuerpo, bien metido en carnes, de su modelo Frédérique Gerritsdocheter, tendido encima de la mesa de anatomía en la Escuela de Medicina de Friburgo. Luego se dibujó en su mente otro recuerdo: en Constantinopla, donde estuvo pintando algunos retratos de Sultanes para el embajador de las Provincias
Unidas, tuvo la ocasión de admirar otro jardín de tulipanes, orgullo y gozo de un bajá, que contaba con el pintor para inmortalizar, en su breve perfección, su harén floral. En el interior de un patio de mármol, todos los tulipanes juntos palpitaban y casi parecían susurrar, con sus colores chillones o suaves. Cantaba un pájaro, posado en la pileta de una fuente. Las copas de los cipreses agujereaban el cielo pálidamente azul. Pero el esclavo que enseñaba al extranjero todas aquellas maravillas era tuerto, y en el ojo que había perdido recientemente se acumulaban las moscas. Cornelius Berg suspiró largamente. Después, quitándose las gafas, dijo:
— Es verdad, Dios es el pintor del universo.
Y luego añadió en voz baja con amargura:
— Pero, qué pena, señor Síndico, que Dios no se haya limitado a pintar paisajes...
*“ La tristeza de Cornelius Berg”, uno de los famosos Cuentos orientales de Marguerite
Yourcenar, Madrid, Alfaguara, 1993, 153-160.