Agenda Cultural UdeA - Año 2007 DICIEMBRE | Page 11

ISBN 0124-0854
N º 139 Diciembre de 2007 hay que esperar como única certeza, a la que hay que entregarse y con los ojos abiertos.
Maine, 17 de diciembre de 1987 Son muy pocas las notas que pueden dedicarse a propósito de una vida, la de Marguerite Yourcenar; nacida en 1903, como consecuencia de la guerra opta por vivir en inglés al radicarse en 1939 en Estados Unidos, pero escoge escribir en la que consideró su única y verdadera patria, la lengua francesa. Aquí, en esta orilla del continente, poco a poco se distancia del ruidoso mundo social e intelectual a cambio del cual alterna su vida en la soledad de la isla de Mount Desert( Maine), con la lección mejor aprendida de su padre: los viajes, a los que no renunció; y lo que sería una verdadera opción de vida: el oficio de escribir. Uno y otro, hechos para la aventura implícita en el viaje, bien por las rutas, bien por senderos de letras.
Lograr una biografía, así como leerla, no es dar cuenta pormenorizada de los andares, glorias y desventuras, es impedir que la palabra en el tiempo de un hombre, de una mujer se extravíe en medio del cerco del olvido. Es moverse un poco a tientas para organizar, para acertar el mundo visto y escuchado por él o por ella, para volver a hacer presentes los territorios y momentos que trazaron su existencia y perfilaron su muerte.
Marguerite Yourcenar ya no está con nosotros, pero están su recuerdo y su palabra
imposibles de oscurecerse, de borrarse en el prolongado renglón de su vasta obra compuesta por poemas, ensayos, piezas teatrales, cuentos y novelas: Las caridades de Alcipo y otros poemas, El jardín de las quimeras, Los dioses no han muerto, Memorias de Adriano, Fuegos, El denario del sueño, El tiro de gracia, Alexis o el tratado del inútil combate, Una vuelta por mi cárcel, Peregrina y extranjera, Opus nigrum, Cuentos orientales, A beneficio de inventario, El laberinto del mundo( trilogía: Recordatorios, Archivos del Norte y ¿ Qué? La eternidad), El Tiempo, gran escultor, Como el agua que fluye, entre otras.
Así, regresar por los recuerdos de quien ejerció sin desmayo su activismo ecológico es eso: disponerse a escribir sobre una vida ejercida cabalmente, de ida y vuelta por el mundo, el mismo mundo que terminó disminuido, casi agotado en Maine, a donde fue a vivir y a morir, luego de que su tiempo inaugurado con amanecer de siglo( 1903) se hiciera trizas, pavesa hiriente que obliga, sin remedio, a cerrar por siempre los ojos.
Es cierto, hace dos décadas murió la primera mujer que ocupara una silla en la Academia Francesa de la Lengua; su deceso se produjo en el hospital Bar Harbor, a los ochenta y cuatro años. Ahora, antes de que las lagunas de sus textos coincidan con los olvidos, están las presentes evocaciones, sobre lo que hubo en su vida rememorada, como se hace con los