Agenda Cultural UdeA - Año 2007 AGOSTO | Page 5

ISBN 0124-0854
N º 135 agosto de 2007
Una vez que se entra en la lucha política, ninguna otra cosa importa, fuera de llegar al tope, a ser el más alto, a ser al que nadie pica. La lucha política es comparable a la lucha de la selva. Allí se encuentran toda clase de fieras y de animales salvajes. Desde los reptiles venenosos hasta los más nobles leones. Pero todos con una sola obsesión, el ocupar el primer puesto entre ellos. En esta última categoría, la de los reptiles, creo que estás tú. Eres de los que la gente llama,“ un político frío”. Frío como los reptiles. Es explicable que los hombres, que venimos evolutivamente de todas las especies anteriores, a veces tengamos las características de cualquiera de ellas. Unos son blandos, sinuosos y amorfos como la ameba. Otros son arrastrados, peligrosos y venenosos como los reptiles; otros son cálidos y valientes como los gallos de pelea, o se levantan a grandes alturas como las águilas; otros son astutos y traicioneros como los felinos; otros son poderosos e inteligentes como el león. Los que tratamos de ser simplemente humanos, perdemos en esta lucha de animales. Por eso, repito, la política no parece tener ética. El que la toma como una actividad de servicio, como actividad de una persona decente, está perdido en ella. Esta parece ser la verdad en todas las ocasiones, en todas las épocas y en todos los lugares.
La gente, a veces, envidia a los políticos. Creo que, por el contrario, debería compadecerlos. La ambición de poder y de gloria es la más
corruptora de todas. Los políticos no son hombres felices. Son hombres amargados y frustrados, la gran mayoría. Porque muy pocos son los que pueden llegar al tope. Y, mientras más arriba llegan, más grandes son las luchas y más duras las amarguras. Cuando el poder se toma como una ocasión de servicio, el poder es amable. El que ha gustado algún poder, alguna vez, nunca pierde ocasión de buscarlo de nuevo. Esta parece ser parte de la naturaleza humano-animal que todos compartimos. Espero, sin embargo, no volver a encontrarme contigo. Hay satisfacciones más grandes en la vida que la del poder. La satisfacción de servir, por ejemplo, aunque no se pueda servir a muchos sino a unos pocos seres humanos. Y la mayor satisfacción se obtiene cuando uno puede concentrarse a servir apenas a otro ser humano. Es decir, cuando se logra el amor. Los políticos no han sido nunca seres amorosos. Pueden haber sido grandes amantes, en el sentido de haber tenido grandes pasiones sexuales, pero nunca han podido querer, amar, en el sentido humano de la palabra; ni querer con constancia, con permanencia, a un solo ser humano. El político es despiadado porque le falta amor. Y a quien le falta amor es el ser más desgraciado de la tierra.
La única cura para el político, como para todos los demás males humanos, es el amor. Pero ese ya será otro capítulo. Por ahora bástenos decir que la política, como