ISBN 0124-0854
N º 127 Noviembre de 2006 la voracidad de la vida , siempre insatisfecha . El sacrificio poseía un doble objeto : por una parte , el hombre accedía al proceso creador ( pagando a los dioses , simultáneamente , la deuda contraída por la especie ); por la otra , alimentaba la vida cósmica y la social , que se nutría de la primera .
Posiblemente el rasgo más característico de esta concepción es el sentido impersonal del sacrificio . Del mismo modo que su vida no les pertenecía , su muerte carecía de todo propósito personal . Los muertos — incluso los guerreros caídos en el combate y la mujeres muertas en el parto , compañeros de Huitzilopochtli , el dios solar — desaparecerían al cabo de algún tiempo , ya para volver al país indiferenciado de las sombras , ya para fundirse al aire , a la tierra , al fuego , a la sustancia animadora del universo . Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía , como jamás pensaron que su vida fuese realmente “ su vida ”, en el sentido cristiano de la palabra . Todo se conjugaba para determinar , desde el nacimiento , la vida y la muerte de cada hombre : la clase social , el año , el lugar , el día , la hora . El azteca era tan poco responsable de sus actos como de su muerte .
Espacio y tiempo estaban ligados y formaba una unidad inseparable . A cada espacio , a cada uno de los puntos cardinales , y al centro
en que se inmovilizaban , correspondía un “ tiempo ” particular . Y este complejo de espacio-tiempo poseía virtudes y poderes propios , que influían y determinaban profundamente la vida humana . Nacer un día cualquiera , era pertenecer a un espacio , a un tiempo , a un color y a un destino . Todo estaba previamente trazado . En tanto que nosotros disociamos espacio y tiempo , meros escenarios que atraviesan nuestras vidas , para ellos había tantos “ espacios-tiempos ” como combinaciones poseía el calendario sacerdotal . Y cada uno estaba dotado de una significación cualitativa particular , superior a la voluntad humana .
Religión y destino regían su vida , como moral y libertad presiden la nuestra . Mientras nosotros vivimos bajo el signo de la libertad y todo — aun la fatalidad griega y la gracia de los teólogos — es elección y lucha , para los aztecas el problema se reducía a investigar la no siempre clara voluntad de los dioses . De ahí la importancia de la prácticas adivinatorias . Los únicos libres eran los dioses . Ellos podían escoger y , por lo tanto , en un sentido profundo , pecar . La religión azteca está llena de grandes dioses pecadores — Quetzatcóatl , como ejemplo máximo —, dioses que desfallecen y pueden abandonar a sus creyentes , del mismo modo que los cristianos reniegan a veces de su Dios . La conquista de México sería inexplicable sin la