ISBN 0124-0854
N º 119 Marzo de 2006 chaqueta . Adela , diligente , se hizo cargo de las ventas y me retrotraje a la profesión de la cual dice La Biblia : “ no me he fatigado para mi sólo , sino para cuantos buscan la educación ”.
Dijo , para congraciarse , que Schopenhauer creía que todos éramos negociantes pero que el comerciante era el único que lo asumía con sinceridad . Agregó que la tesis del fin de la historia es un embeleco europeo arraigado en esa manía etnocéntrica de llegar de últimas a un continente y decir que lo descubrieron . Que Hegel , muy orondo , había dado por averiguado que los americanos no teníamos historia y ahora sus seguidores afirmaban que la historia se acabó .
La desfavorable impresión resultante es que los meros americanos no sólo no existimos sino que no llegaremos a existir jamás . “¿ Usted que cree ?” preguntó .
Sonriente le contesté : “ Yo sí creo que existimos pero en eso es mejor no ser dogmáticos ”. Con su Primer movimiento Mozart concluyó , espantado , su visita al otro lado del horizonte . Y sentí en el siguiente Romance cómo el piano llora sin consuelo por el vértigo que acaba de conocer en el reino más allá , hasta que los violines lo acompañan en su aflicción . En mala hora el joven notó el cuadro de la Trinidad de Rublev que me acompaña : “ La divinidad es una invención que se asemeja sospechosamente al hombre . Si los toros creyeran en Dios lo pintarían con cuernos ”, sentenció mirándolo con escándalo .
Como Schnabel iniciaba el último Rondó , fui breve : “ Dios no es invención sino descubrimiento . Creer en Él , es realizar un acto de síntesis intelectual cuyo primer origen es inalcanzable ”.
Y le recité al poeta polaco Twardowski :
¡ Oh Señor ! Si nosotros te hubiésemos inventado ,