ISBN 0124-0854
N º 118 Febrero de 2006 y en lo recientísimo que encontramos la necesidad explícita de ampliar la cobertura y los presupuestos, etc., pero todo ello es parte de análisis más complejos y completos.
En un artículo que se publica en esta misma revista, Gloria Rodríguez, directora de las bibliotecas de Comfenalco Antioquia, llama la atención acerca del poco entendimiento que existe, en general, en cuanto a las características diversas que comportan las bibliotecas y que, a su vez, diferencian su uso y su clasificación( públicas, académicas, escolares, especializadas). Lo peor, dice, es que tampoco quienes tienen la misión de hacer que todo ello sea claro y expedito( empleados, bibliotecarios), saben hacerlo. Eso se debe, creo, a la poca tradición que tenemos en la existencia y en el uso de bibliotecas, consecuencia lógica de una casi enemistada relación con el libro. A pesar de la realidad económica que vivimos desde siempre, donde imperan el desempleo y la baja productividad, es difícil encontrar quién esté a gusto“ sin hacer nada”, y hemos sido educados en la idea de la utilidad y del empeño al trabajo. En esa lógica, leer libros y hacer bibliotecas son una pérdida de tiempo y de plata. A cambio, la nuestra es una cultura donde el silencio no tiene cabida y donde la capacidad de reflexionar, de vigilar críticamente nuestros derechos ciudadanos y de dirimir con juicio nuestras necesarias diferencias, brilla por su ausencia.
Las políticas estatales, aún tímidas, de crear bibliotecas y de diseñar campañas en pro de la lectura datan de fechas muy recientes. De la noche a la mañana los gobiernos entendieron que la creación de bibliotecas y el hábito de la lectura podrían aliviar en algo, tal vez, el caos social y el escenario de violencia indiscriminada que vivimos sin tregua. Pero, claro, como ello no obedece casi nunca a planes integrales y se proclama la lectura como una actividad que produce dividendos políticos( ser mejores ciudadanos, cultivarnos para tener un mejor futuro, ocuparnos en algo distinto a la pernicia y la maldad), la lectura, ese acto descomplicado, generoso y placentero, no termina nunca de germinar.
No obstante lo anterior, es innegable que al fin en el país( Bogotá, sobre todo) se les está reconociendo a las bibliotecas públicas una dignidad que nunca habían tenido. Espacios amplios y acogedores, bien dotados, bien iluminados, cómodos, con una impecable arquitectura. Espacios para el ocio, no para la productividad. Todavía no es un hecho, sin embargo, que una buena parte de los usuarios frecuentes de las bibliotecas medianamente grandes y bien dotadas de Medellín, por ejemplo( y aquí cabe hablar de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia), acudan a ellas en la actitud de lectores descomplicados, generosos y placenteros, y sí lo hagan en la de quienes utilizan dichos espacios con la avara disposición de resolver tareas académicas, diseccionar taxonómicamente un relato literario, o