Agenda Cultural UdeA - Año 2006 DICIEMBRE | Page 14

ISBN 0124-0854
N º 128 Diciembre de 2006
—¡ Qué temblor siento! ¡ Qué frío tan delicioso!,— dijo el hombre de nieve.— Y el viento, ¡ cómo me anima con sus mordiscos! Y aquél, con sus grandes ojos fijos, ¡ cómo mira!— hablaba del sol, que llegaba a su ocaso.— No me hará parpadear, sabré cuidar mis pedazos. pueda verme. ¡ Si yo, por lo menos, supiera desplazarme! ¡ Me gustaría tanto desplazarme! Si pudiera hacerlo, me agradaría deslizarme sobre el hielo, como he visto que lo hacen los niños; pero no sé correr.
Se refería a dos grandes pedazos triangulares de teja que le servían de ojos; su boca era un extremo de un viejo rastrillo, que figuraba sus dientes.
Había nacido entre los aplausos de los niños, saludado por el sonido de los cencerros y los chasquidos del látigo de los trineos.
—¡ Guau! ¡ Guau! Ladró el viejo perro encadenado. Era un poco ronco, desde que era un perro faldero y se acostaba bajo la estufa.—¡ El sol te enseñará a correr! Así le sucedió a tu antecesor el año pasado, y a su antecesor. ¡ Guau, guau! ¡ Todos desaparecieron!
El sol desapareció, la luna llena surgió, grande y redonda, clara y magnífica en el aire azul.
— Ya lo tenemos al otro lado—, dijo el hombre de nieve. Creía que era el sol que reaparecía. ¡ Ha dejado de lanzar sus miradas como dardos! Ahora, puede permanecer allí e iluminarme, para que yo
— No te comprendo, camarada,— dijo el hombre de nieve. Aquél que está arriba, ¿ me enseñaría a correr?— Se refería a la luna – Sí, es verdad, hace poco ha corrido, cuando lo miraba fijamente; ahora se desliza por el otro lado.
— No sabes nada,— dijo el perro encadenado— ¡ acabas de ser construido! Lo que ves se llama la luna; lo que se ha ido