ISBN 0124-0854
N º 115 Noviembre 2005 encontrarse descripciones minuciosas de perros con cabeza de pez, hombres con patas de gallina o mujeres con varias cabezas de serpiente. Por sí misma, la noción de monstruos en que se mezclan los caracteres de especies distintas no resulta especialmente sorprendente: todos hemos imaginado o dibujado algunos de estos híbridos. Pero lo desconcertante de dichas obras es que en el siglo XVI esas criaturas no pertenecían al mundo de lo imaginario, sino a la realidad. Mucha gente las había visto o podía describirlas con detalle. Esos monstruos convivían con los animales de la vida diaria. En cierto sentido, se mantenían dentro de los límites de lo posible. Sería impropio reírse de ello: hacemos exactamente lo mismo con nuestras obras de ciencia ficción, por ejemplo. Las abominables criaturas que persiguen al pobre astronauta perdido en algún planeta lejano siempre son los productos de una recombinación entre organismos terrestres. Los seres procedentes del espacio exterior para explorar nuestro planeta ac 6 osible siempre han tenido un aspecto humano. Normalmente se les representa saliendo de sus platillos volantes: son vertebrados, mamíferos sin ningún género de duda, que caminan erguidos sobre sus patas traseras. Las únicas variaciones son las relativas al tamaño del cuerpo y al número de ojos. En general, esas criaturas poseen cráneos de mayor volumen que los
nuestros, con lo cual se quiere indicar que poseen cerebros mayores; a veces disponen también de antenas en sus cabezas, evocando órganos sensoriales especialmente sofisticados. Lo sorprendente, también aquí, es lo que se considera como posible. Es la idea-ciento veinte años después de Darwinde que si existe vida en algún lugar del universo, debe producir animales parecidos a los que pueblan la tierra; más aún, que debe evolucionar necesariamente hacia algo similar a los seres humanos. El interés de todas esas criaturas reside en mostrar cómo una cultura se enfrenta a lo posible e impone sus límites. Ya sea por grupos o individualmente, la vida humana siempre conlleva un diálogo continuo entre lo que podría ser y lo que es, entre lo posible y lo real. Una mezcla sutil de creencia, conocimiento e imaginación conforman ante nuestros ojos la imagen siempre cambiante de lo posible. A esa imagen ajustamos nuestros deseos y temores. A ese " posible " adecuamos nuestro comportamiento y nuestros actos. En cierto sentido, muchas de las actividades humanas, las artes, las ciencias, las técnicas o la política, no son sino formas específicas, cada una con sus propias reglas, de practicar el juego de lo posible. Al contrario de lo que suele creerse, en ciencia lo importante es tanto el espíritu como el producto, tanto la apertura, la primacía de la crítica, la sumisión a lo imprevisto, por muy