ISBN 0124-0854
N º 108 Marzo 2005
ElexplPSOdeShangai( 1939), Estación Termini( 1952), Deseos humanos( 1954), Pánico en el Transiberiano( 1971), Víajes con mi tía( 1972) o Breve enruentro( 1945), esa intimista película de David Lean, basada en una obra teatral de Noe Coward que transcurre en la cantina de una estación, son de por sí bien gráficos y elocuenteso Todos aluden al tren como lugar de encuentros fugaces, atracos, asesinatos o pasiones desbocadas, y buena parte de ellos se han basado en alguna novela precedente. Respecto a la literatura y su hermanamiento con los viajes por ferrocarril, es fácil encontrar secuencias más o menos breves en buena parte de los relatos escritos tras su instauración a mediados del XIX, y sobre todo cuando encierran un componente de acción o de aventura. La lJestja humana, de Zola, novela basada en los ambientes ferroviarios franceses; El caballo de hierro, de Zane Grey, que relata la construcción de la mitica línea del Un ion Pacific que cruzaba de Este a Oeste Norteamérica; Nevada Express, de AJistair Maclean, al más puro estilo del westem, Orient Express, de Graham Green, que relata las in ~ gas surgidas entre un grupo de viajeros en el largo trayecto a Estambul, o esa novela quizás menos conocida de Eduardo Zamacois, Memorias de un vagón de ferrocarril. en la que un elegante coche de primera clase sirve a su autor para acercamos la rutina y las anécdotas de los viajes en tren. Y bien fácil es también dar con alguna secuencia y hasta con capítulos enteros
alusivos a trenes y estaciones en los libros de viajes. Desde el viaje novelado que nos relata Julio Veme en La vuelta al mundo en 80 días y donde el autor dedica algunos de sus capítulos a describir su viaje de Bornbay a Calcuta o su trayecto por el continente americano, hasta el Víaje al } apán de Rudyard Kipling, Víaje al país de los cuentos, de Knut Hamsun, o el Víaje a España de AC. Andersen, obras en las que sus autores describen con detalle y sorpresa el nuevo modo de viajar en, los primeros tiempos de las grandes líneas transcontinentales, hasta otras más modernas como ese viaje evocador que Luis Sepúlveda nos relata en su novela Patagonia Express( 1995) o la reciente antología de narra dores en castellano de la segunda mitad del siglo xx. reunidos bajo el título de VIdas sobre 1il1Í ' s( 2000). El ferrocarril ha transportado a lo largo su dilatada red infinidad de fragmentos de vida, pues cada pasajero es portador de ~ suya, por más que sólo algunos hayan rnereo do la atención de los escritores. Otros han quedado impresos en un daguerrotipo o en alguna postal. Y muchos, claro, se han perd do en el olvido, de donde sólo ocasionalmente algún curioso los ha rescatado después. Y as; si viajáramos por las páginas de los autores clásicos de entresiglos, es decir, de los que tuvieron ocasión de conocer el tren en sus aLaores o en su época de expansión, advertiríamos, en la mayoría de los casos, su fascinación apenas disimulada ante ese nuevo modo de recorrer grandes distancias. El