ISBN 0124-0854
N º 112 Julio 2005 respiraba, nadie estaba allí. Súbitamente en las tribunas no hubo nadie, y en la cancha tampoco. Pelé y el arquero, Andrada, estaban solos. A solas, esperaban. Pelé, parado junto a la pelota en el punto blanco del penal. Doce pasos más allá, Andrada, encogido, al acecho, entre los palos. El guardameta alcanzó a rozarJa, pero Pelé clavó la pelota en la red. Era su gol número mil. Ningún otro jugador había hecho mil goles en la historia del fútbol profesional. Entonces la multitud volvió a existir, y saltó como un niño loco de alegría, iluminando la noche.
Pelé
Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verJa jugar. Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas
dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, por no perderse el golazo. Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos de esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe.
Dios y el Diablo en Río de Janeiro
Una noche de mucha lluvia, mientras moría el año 1837, un hincha enemigo enterró un sapo en el campo de juego del club Vasco da Gama, y lanzó su maldición:-iQue el Vasco no salga campeón en doce años! iQue no salga, si hay un Dios en los cielos! Arubinha se llamaba este hincha de un cuadro humilde, que el Vasco da Gama había goleado 12 a O. Escondiendo un sapo, de boca cosida, en tierras del vencedor, Arubinha estaba castigando el abuso. Durante años, hinchas y dirigentes buscaron el sapo en la cancha y en sus alrededores. Nunca lo encontraron. Acribillado de pozos, aquello era un paisaje de la luna. El Vasco da Gama contrataba a los mejores jugadores de Brasil, organizaba los