Agenda Cultural UdeA - Año 2004 DICIEMBRE | Page 44

ISBN 0124-0854
N º 106 Diciembre 2004 no sólo es el paisaje. La plaza de mercado, similar a un parqueadero en la ' que se sigue viendo una imagen que era común antes de que el pueblo se hundiera: los campesinos con sus cajas repletas de tomates y pimentones que parecen una fiesta de color. Las fiestas, que incluyen las del viejo Peñol y del embalse en diciembre, con concursos deportivos y reinado a bordo; el encuentro departamental de bandas en agosto que parece una verbena y en el que las bandas de colegios de Antioquia tocan si parar a petición del público; otro encuentro departamental, esta vez de danzas en noviembre y hasta una semana de la antioqueñidad en agosto, atraen turistas. Además está la nueva vocación del pueblo, que se desarrolló por la cercanía con el río Nare y el embalse. Algo que nunca habrían pensado los habitantes del viejo pueblo, también llamado San Antonio del Remolino del Peñol, es que en su municipio habría pescadores, restaurantes de trucha muy apetecidos, navegación, concursos de neumáticos y deportes náuticos. Pero así es, los peñolenses o peñolitas volvieron la represa y la piedra parte de su día a día. Esto también es curioso: aunque se trata de la piedra del Peñol, esta en realidad per tenece a Guatapé. El gran puerto y el municipio más importante de la región, famoso por sus zócalos que son una obra de arte y reproducen formas de animales y flores. Claro que la cercanía entre ambos municipios, en veinte minutos se llega del uno al otro, le ha permitido al Peñol sacar tanto provecho de la represa como el mismo
Guatapé. Inclusive su iglesia semeja la forma de la piedra y, al fin y al cabo, ésta lleva su nombre. y como esto no podía ser todo, para darle más permanencia a ese turismo que sube y baja como la marea, los habitantes de la región andan pensándole a un nuevo proyecto. La idea es convertir la isla del Sol, que está en la represa y es propiedad del Peñol y Guatapé, en una especie de complejo turístico, con acampaderos, cabañas, senderos eco lógicos y embarcaderos... algo así como un San Andrés criollo que le haga honor a la belleza de la zona. Una que además se mueve mucho: basta llegar a cualquier hora a la plaza del Peñol para comprobarlo. Allí siempre están listos decenas de colectivos y viejos taxis blancos, de chivas y yipaos cargados que van a recorrer las veredas, los municipios cercanos y hasta los más lejanos. Ahora, si lo que se quiere es ver el pueblo completo, hay que subir un cerrito que queda a su lado y que tiene un camino de viacrucis. A un lado está el cementerio y en la cima hay un Cristo blanco llamado El Salvador, que domina todo el paisaje. Un paisaje que invita a descubrir, por agua o tierra, una zona plena de sorpresas, que siempre está esperando que baje la marea para que, de nuevo, sus calles y veredas, su río y la represa, vuelvan a cobrar vida.