Agenda Cultural UdeA - Año 2001 NOVIEMBRE | Page 19

ISBN 0124-0854
N º 73 Noviembre de 2001

Orfeo y Eurídice

Quizás el más famoso relato sobre el poder de la música sea el mito de Orfeo, donde se narra cómo el mejor de los músicos antiguos descendió a los infiernos a buscar a su joven esposa.

H

Ovidio
imeneo desde allí, con sus vestidos de color azafrán, fue invitado por Orfeo y se trasladó por la inmensidad del cielo con rumbo a las riberas de los Cicones. No fue de provecho la invitación de Orfeo al dios para que asistiera a su boda. Estuvo presente, ciertamente, pero no presentaba buen aspecto. Ni su expresión era de felicidad, ni cantó su acostumbrado estribillo.
Para colmo, no cesaba de chisporrotear y de despedir humo la antorcha que portaba, hasta el punto de que hacia brotar lágrimas a los ojos y no lograba normalizar la llama. Lo que vino después fue aún peor que el presagio. Mientras la recién desposada estaba paseando por la pradera con su cortejo de náyades, le pica en el talón una serpiente y se desploma en el pasto, sin vida.
El poeta tracio lamentó su pérdida. Una vez que la hubo llorado suficiente sobre la tierra, quiso explorar la mansión de las sombras y se atrevió a descender a través de la puerta Tenaria hasta la Estigia. Cruzó dejando atrás leves espíritus, fantasmas de los muertos, hasta llegar a la presencia de Perséfone y del dueño de aquellas oscuras regiones, del rey de las sombras. A continuación, acompañando sus palabras con el sonido de su lira, se expresó así:
« Deidades de este mundo subterráneo, al que descendemos cuantos nacimos mortales. Si cuento con vuestra autorización para dispensarme de palabras insinceras y poder hablar con la verdad desnuda, he de confesaros que no he venido aquí para ver el Tártaro tenebroso, ni para encadenar al
El dios hindú Siva. Tomado de La música del hombre, Fondo Educativo Interamericano, U. S. A., 1981
monstruoso can de la Medusa con sus tres cabezas y cuellos de serpiente. He venido en busca de mi esposa. Una víbora le inyectó su veneno y le hizo perecer en la flor de la edad. He querido soportarlo y no negaré que lo he intentado, pero el Amor ha vencido. Este dios es bien conocido en las regiones superiores; no sé si aquí también lo será, aunque adivino que sí lo es, pues si no miente la fama de un antiguo rapto, también os ha unido el Amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos, por este vasto y silencioso reino, yo os conjuro a que volváis a tejer la trama del destino de Eurídice, terminada de una manera tan apresurada. Todo se debe a vosotros, y, después de un cierto tiempo, más tarde o más temprano, todos nos dirigimos aquí; ésta es la última morada y vosotros ejercéis el más largo reinado sobre el género humano. Ella también, cuando una vez madura, haya cumplido los años que le corresponden, será sometida a vuestras leyes; pido el uso de un don, no ese mismo don. Y si los hados rehúsan concederme este favor para mi esposa, yo estoy decidido y no quiero regresar; gozad de la muerte de los dos.»
Mientras exhalaba estas quejas, a las que acompañaba haciendo vibrar las cuerdas de su lira, las sombras exangües lloraban; Tántalo no intentaba coger el agua huidiza y la rueda de Ixión se detuvo; las aves se olvidaron de desgarrar el hígado de su víctima, las nietas de Belo dejaron las urnas, y tú, Sísifo, te sentaste sobre tu roca. Se dice que entonces, por vez primera, las lágrimas humedecieron las mejillas de las Euménides,