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Los años nos alejan de la infancia sin llevarnos forzosamente a la madurez. Uno de los pocos méritos que admiro en un autor como Gombrowicz es haber insistido, hasta lo grotesco, en el destino inmaduro del hombre. La madurez es una impostura inventada por los adultos para justificar sus torpezas y procurarle una base legal a su autoridad. El espectáculo que ofrece la historia antigua y actual es siempre el espectáculo de un juego cruel, irracional, imprevisible, ininterrumpido. Es falso, pues, decir que los niños imitan los juegos de los grandes: son los grandes los que plagian, repiten y amplifican, en escala planetaria, los juegos de los niños.
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PROSAS APÁTRIDAS Julio Ramón Ribeyro
Cada amigo es dueño de una gaveta escondida de nuestro ser, de la cual sólo él tiene la llave e, ido el amigo, la gaveta queda para siempre cerrada. Alejarse de los amigos es así clausurar parte de nuestro ser. Yo habría sido diferente si hubiera continuado frecuentando a ciertos amigos de mi juventud. Pero las circunstancias nos separaron y continuamos viajando cada cual por su lado y por ello mismo mutilados. De ahí que a cierta edad sea difícil hacer nuevos amigos. Todas las facetas que ofrecía nuestra personalidad han sido ya copadas, ocupadas, selladas por las viejas alianzas. No hay superficie libre donde la nueva amistad pueda asirse. Salvo que el nuevo amigo se parezca extremadamente al anterior y se valga de esta semejanza
ISBN 0124-0854
para penetrar por efracción al recinto secreto de la primera amistad. Pero por más afecto que nazca siempre será el imitador, el falsario, el que no accederá jamás a la cámara más preciada. Cámara irrisoria, seguramente, que no guarda a lo mejor más que un montículo de pedregullo, pero que los ojos del amigo, del primero, convertían en lo que él quería ver: lo irreemplazable.
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Arte del relato: sensibilidad para percibir las significaciones de las cosas. Si yo digo: « El hombre del bar era un tipo calvo », hago una observación pueril. Pero puedo también decir: « Todas las calvicies son desgraciadas, pero hay calvicies que inspiran una profunda lástima. Son las calvicies obtenidas sin gloria, fruto de la rutina y no del placer, como la del hombre que bebía ayer cerveza en el « Violín Gitano ». Al verlo, yo me decía: «¡ En qué dependencia pública habrá perdido este cristiano sus cabellos!», Sin embargo, quizás en la primera fórmula resida el arte de relatar.
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Hay veces en las cuales la taberna tiene un aire siniestro y entonces las noches se cubren de una irremediable tristeza. En el mostrador los borrachines y putillas de costumbre. La sala del fondo casi desierta: una pareja abrazada, una vieja tomando un agua mineral, un tecnócrata discutiendo con un burócrata. Yo y mi gigondas en un rincón, mirando, esperando. ¿ Esperando qué? Eso, el milagro, un azar, un encuentro, un soplo de misterio o de poesía. Pero nada. A la tercera
N º 67 Mayo de 2001
copa apago mi cigarrillo y me voy, no vencido, sino avergonzado por haber creído que aún cabe aguardar en este mundo trivial la irrupción de lo maravilloso.
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La única manera de comunicarme con el escritor que hay en mí es a través de la libación solitaria. Al cabo de unas copas, él emerge. Y escucho su voz, una voz un poco monocorde, pero continua, por momentos imperiosa. Yo la registro y trato de retenerla hasta que se va volviendo cada vez más borrosa, desordenada, y termina por desaparecer cuando yo mismo me ahogo en un mar de náuseas, de tabaco y de bruma. ¡ Pobre doble mío, a qué pozo terrible lo he relegado, que sólo puedo tan esporádicamente, y a costa de tanto mal, entreverlo! Hundido en mí como una semilla muerta, quizá recuerde las épocas felices en que cohabitábamos, más aún, en que éramos el mismo y no había distancias que salvar ni vino que beber para tenerlo constantemente presente.
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Nos paseamos como autómatas por ciudades insensatas. Vamos de un sexo a otro para llegar siempre a la misma morada. Decimos más o menos las mismas cosas, con algunas ligeras variantes. Comemos vegetales o animales, pero nunca más de los disponibles, en ningún lugar nos sirven el Ave del Paraíso ni la Rosa de los Vientos. Nos jactamos de aventuras que una computadora reduciría a diez o doce situaciones ordinarias. ¿ La vida sería entonces, contra todo lo dicho, a causa de su monotonía, demasiado larga? ¿ Qué importancia tiene vivir uno o cien años? Como el recién nacido, nada vamos a dejar. Como el centenario,