ISBN 0124-0854
N º 65 Marzo de 2001
Para llevarnos a lejanas tierras un libro es la mejor fragata y el mejor corcel una página de saltarina poesía. El más pobre puede hacer este viaje sin peaje opresor. ¿ Qué frugal la carroza que lleva el alma?
1467 La pequeña palabra desbordante De la que nadie, oyéndola, diría Que esconde ardor o lágrimas. Pero aunque pasen las generaciones, Maduren las culturas y decaigan, Sigue diciendo. 2
Juana de Ibarbourou
Nació en Melo, Uruguay, el 8 de marzo de 1892. Niña imaginativa y silenciosa, creció entre los afectos de su padre que le recitaba versos de Espronceda y Rosalía de Castro, y su madre que le enseñaba a descubrir a Dios en las pequeñas señales de la naturaleza. En 1913 contrajo matrimonio con un capitán que le inspiró muchos de sus poemas. En 1929 es aclamada como Juana de América. Mantuvo amistad con poetas y escritores destacados entre los que sobresalen Federico García Lorca, Pablo Neruda y Juan Ramón
Jiménez. En 1938 mantiene un encuentro público con Gabriela Mistral y Alfonsina Storni, con quienes conforma la trilogía lírica de América Latina. Murió en Montevideo en 1979.
*** Yo, la que nunca el mar anduve, y nunca entre mis manos timón tuve ni remo para islas alejadas, siento que el barco de la noche sube hacia mí, con las velas desplegadas.
*** ¿ Quién le habla si no es con mis palabras? Las copian los pamperos, La calandria que canta en sus cipreses, Los grillos en febrero. El alazán liviano de la lluvia, Y los capullos al abrirse enteros.
Nadie lo olvida porque ya no olvido. Y para que él no muera yo no muero.
La pequeña llama Yo siento por la luz un amor de salvaje. Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge. ¿ No será, cada hombre, un cáliz que recoge El calor de las almas que pasan en su viaje?
Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas, Lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas. Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.
Yo respeto y adoro la luz como si fuera Una cosa que vive, que siente, que medita, Un ser que nos contempla transformado en hoguera.
Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado Una pequeña llama de dulzura infinita Para tus largas noches de amante desolado.
Lacería No codicies mi boca. Mi boca es de ceniza Y es un hueco sonido de campanas mi risa.
No me oprimas las manos. Son de polvo mis manos. Y al estrecharlas tocas comida de gusanos.
No trences mis cabellos. Mis cabellos son tierra Con la que han de nutrirse las plantas de la sierra.
No acaricies mis senos. Son de greda, los senos Que te empeñas en ver como lirios morenos.
¿ Y aún me quieres, amado? ¿ Y, aún mi cuerpo pretendes y, largas de deseo, las manos a mi tiendes? ¿ Aún codicias, amado, la carne mentirosa Que es ceniza y se cubre de apariencias de rosa?