ISBN 0124-0854
N º 69 Julio de
2001
1523
Cuauhcapolca Las preguntas del cacique Entrega comida y oro y acepta el bautismo. Pero pide que Gil González de Ávila le explique cómo Jesús puede ser hombre y dios, y María virgen y madre. Pregunta adónde se van las almas cuando salen del cuerpo y si está a salvo de la muerte el Santo Padre de Roma. Pregunta quién eligió al rey de Castilla. El cacique Nicaragua ha sido elegido por los ancianos de las comunidades, reunidos al pie de una ceiba. ¿ Fue el rey elegido por los ancianos de las comunidades? También pide el cacique que el conquistador le diga para qué tan pocos hombres quieren tanto oro. ¿ Les alcanzarán los cuerpos para tanto adorno? Después pregunta si es verdad, como anunció un profeta, que perderán su luz el sol, las estrellas y la luna, y si el cielo se caerá. El cacique Nicaragua no pregunta por qué no nacerán niños en estas comarcas. Ningún profeta le ha contado que de aquí a pocos años las mujeres se negarán a parir esclavos.
1536 Valle de Ulúa
Gonzalo Guerrero Se retiran, victoriosos, los jinetes de Alonso de Ávila. En el campo de batalla yace, entre los vencidos, un indio con barba. El cuerpo, desnudo, está labrado de arabescos de tinta y sangre. Símbolos de oro cuelgan de la nariz, los labios y las orejas. Un tiro de arcabuz le ha partido la frente. Se llamaba Gonzalo Guerrero. En su primera vida había sido marinero del puerto de Palos. Su segunda vida comenzó hace un cuarto de siglo, cuando naufragó en las costas de Yucatán. Desde entonces, vivió entre los indios. Fue cacique en la paz y capitán en la guerra. De mujer maya tuvo tres hijos. En 1519 Hernán Cortes lo mandó buscar: – No – dijo Gonzalo al mensajero –. Mira mis hijos, cuán bonitos son. Déjame algunas de estas cuentas verdes que traes. Yo se las daré a mis hijos, y les diré:“ Estos juguetes los envían mis hermanos, desde mi tierra.” Mucho después, Gonzalo Guerrero ha caído defendiendo otra tierra, peleando junto a otros hermanos, los hermanos que eligió. Él ha sido el primer conquistador conquistado por los indios.
1538
Santo Domingo El espejo El sol de mediodía arranca humo a las piedras y relámpagos a los metales. Hay alboroto en el puerto.
Los galeones han traído desde Sevilla la artillería pesada para la fortaleza de Santo Domingo. El alcalde
, Fernández de Oviedo, dirige el acarreo de las culebrinas y los cañones. A golpes de látigo, lo negros arrastran la carga a toda carrera. Crujen los carros, agobiados de hierros y bronces, y a través del torbellino otros esclavos van y vienen echando calderos de agua contra el fuego que brota de los ejes recalentados. En medio del trajín y la gritería, una muchacha india anda en busca de su amo. Tiene la piel cubierta de ampollas. Cada paso es un triunfo y la poca ropa que lleva le atormenta la piel quemada. Durante la noche y medio día
, esta muchacha ha soportado, de alarido en alarido, los ardores del ácido. Ella misma asó las raíces de guao y las frotó entre las palmas hasta convertirlas en pasta. Se untó de guao el cuerpo entero, desde las raíces del pelo hasta los dedos de los pies, porque el guao abrasa la piel y la limpia de color, y así convierte a las indias y a las negras en blancas damas de Castilla. – Me reconoce, señor? Oviedo aparta la mirada de un empujón; pero la muchacha insiste, hilito de voz, pegada al amo como sombra, mientras Oviedo corre gritando órdenes a los capataces. – ¿ Sabe quién soy? La muchacha cae al suelo y desde el suelo continúa preguntando: – Señor, señor, ¿ a que no sabe quién soy? 1568 Ciudad de México