ISBN 0124-0854
N º 69 Julio de 2001 saber, pensar con cabeza propia. Hemos dejado de tener relaciones directas con nuestros antepasados: restablecer esa comunicación es la tarea fundamental, nuestra meta. Si nuestra resistencia centenaria no sirve para volver a tocar las estrellas con las manos, ¿ para qué la preocupación de todos los llantos y los muertos? No se trata de una metáfora, se trata de un deber nuestro, y para poder hacerlo debemos ponernos la máscara primigenia, la máscara de hijos del sol, de la anaconda, del águila y, sobre todo, se necesita preparar el corazón. No somos ingenuos respecto a nuestro futuro, tal vez les parezca exagerado pero nuestro reto, tal vez nuestro objetivo, es entregar a la vida dentro de algunas décadas la misma cantidad de pueblos indígenas existentes en la actualidad. Por un instante piensen ustedes, hermanos y hermanas, en la angustia de 84 pueblos indígenas en Colombia que tienen como tema principal de su vida la posibilidad de extinción física y cultural. No disminuye esa angustia porque lleguen carreteras, o porque tengamos más profesionales, o porque nos inunde el dinero del petróleo o la coca, o porque asistimos a un número infinito de talleres sobre biodiversidad, o porque nos atienden en una oficina del gobierno.
Creemos que la certeza de existir como pueblos, dentro de unas décadas, depende de la alianza que podamos hacer con aquellos que nos comprendan con el corazón, depende de la fuerza que
logremos construir para actuar y ser reconocidos como sujetos políticos, como pueblos. Depende de la comprensión y la tarea que tengamos y emprendamos— nosotros y nuestros amigos, ustedes—, para restituirle a la madre naturaleza el equilibrio que le hemos quitado y que sólo se logra si defendemos nuestra territorialidad, porque defender la territorialidad, defender el ecosistema de un pueblo indígena, no es problema de los pueblos indígenas, sino que es problema de Colombia, es problema de todos. Porque muy pronto este planeta luchará por el agua, no por el petróleo... Y esa agua, ¿ dónde está? En los territorios indígenas. Yo vivo en Necoclí, Turbo, mi comunidad; anteriormente nos habían dicho salvajes:“ esos indios por qué no trabajan la tierra, son perezosos y les gusta es proteger a la mujer ahí … cerca del fogón”, nos han dicho. Pero estos colonos que nos han dicho eso, hoy de rodillas han venido a la comunidad para que les demos una gota de agua; si hubiéramos acabado con la naturaleza, si hubiéramos obedecido a lo que ellos querían hacer, acabar y sembrar el pasto para la ganadería, hoy no tendríamos agua. Hoy Caimán da agua a las veredas de Seibita y Totumo, y donde yo vivo le doy agua a una población campesina, porque ellos acabaron con todo eso, pero descubrieron que en mi territorio de 35 hectáreas, solamente en esa parte, nacen cuatro quebradas en 230 metros a la orilla del mar. Yo no soy egoísta, porque es de la naturaleza,