Agenda Cultural UdeA - Año 2001 DICIEMBRE | Page 7

ISBN 0124-0854
N º 74 Diciembre de 2001 consentía a las sores expresar su júbilo, tocando sonajas y castañuelas, zambombas y rabeles, armando un estrépito que en otro sitio se llamaría infernal, y bailando delante del pesebre, como habían bailado, de cierto, los pastorcillos inocentes, y como hasta saltarían de gozo los Reyes Magos, porque había nacido el Redentor del mundo.
Y danzaban riendo, diciéndose cosas picarescas y chistosas, burlándose dulcemente las jóvenes de las viejas, que no eran las menos decididas para dar brincos y jalearse.
– ¡ Ay, mire sor Gertrudis, qué vueltas! Parece un trompo. – ¡ Y qué lindos pies que luce! – Ánimo, sor Consolación, deje ahí arrimada la muleta y eche un paso por el Niñito Jesús. – Agarrarse todas de las manos, y a la rueda, rueda. – ¿ Ese pandero, qué hace que no repica? – ¡ A ver, el villancico! Y unidas, las voces se elevaron, puras e ingenuas.
En el portal de Belén hay una piedra redonda...
– No, ése no vale nada... Vaya aquel otro:
En el portal de Belén todos a juntar en leña, para calentar al niño que nació en la nochebuena...
Y el loco retintín de los panderos, el sonoro tableteo de las castañuelas, los desahogos de entusiasmo arreciaban, ensordecedores,
mientras la casi paralítica sor Consolación, con su voz cascada y feble, no podía hacerse oír, al reprender:
– No sean escandalosas... ¡ Que van a venir los guardias!
Mientras la juventud de las sores se desfogaba así, en una celda del mismo piso, la única ocupada en él, una mujer prestaba oído atentamente... Sería como de cuarenta y cinco años; estaba sin toca, el hábito roto; su corto cabello flotaba en mechones grises y su mirar denotaba extravío. Atendía al lejano ruido sorprendida, inquieta. ¿ Qué pasaba?
Al fin sonó más alta la música discordante de las sonajas y panderos. ¡ Música! ¡ Canciones! ¿ Por qué la dejaban encerrada cuando había música?
En repentino arrebato golpeó la puerta, que por fuera tenía echado el cerrojo. La aporreó con manos y pies, frenéticamente. Y las que todavía danzaban ante el misterio se detuvieron, se miraron.
– ¡ Vamos, ya respiró sor Cruz! – ¡ Fuera milagro que no alborotase! – ¿ Qué hacemos, madre superiora? – Interrogó una monjita vivaracha, menuda, toda arrebolada por la animación del baile –. ¡ Pobrecita! ¿ La dejamos venir un instante al belén, que está precioso? – No piense en eso, sor Rosa... ¡ Pues buena se pondría así que viese al niñito! Ya sabe que como se le murió el suyo, el único, y a consecuencia de la pena entró en religión, tiene la cabeza... – la superiora se tocaba con el índice la sien –, y se altera hasta con las estampas del Niño Dios... Vaya allá un poco, a ver si la consuela... Déle su colación... Hágale creer que el ruido es en la calle... Y guarden ya silencio y, antes de bajar al refectorio, recemos tres avemarías, para que sor Cruz se ponga bien...
Se oyó el murmullo de la oración. Sor Rosa, a paso ligero, voló a la celda de la loca, descorrió el cerrojo vivamente, y se acercó a ella, hablándole con ternura y mimo, como se habla a las criaturas.
El pesebre se presentaba a sus ojos, solitario, bajo el rayo de la estrella, fulgiendo entre los azules pabellones de tarlatana que figuran el cielo cercado de candelicas, dispuestas en arco a ambos costados. Una sonrisa de gozo se dibujó en el semblante de la pobre mujer. ¡ Qué bonito! ¡ La fuentecita, el agua que corre! ¡ El automóvil, qué monada! ¡ Y el cazador! ¡ Pum! De improviso, una chispa más espiritual brilló en sus ojos. Un grito, casi un rugido de amor se exhaló de su garganta. ¡ El niño! ¡ Su niño, al que siempre está llamando en las largas horas de su tristeza infinita!