ISBN 0124-0854
N º 70 Agosto de 2001
Presentación
Hace diez años ocurrió en Colombia un hecho trascendental: el país estrenó Constitución. Frente a la caduca carta de 1886, se proponía un nuevo modelo que fue recibido con beneplácito y admiración incluso por países a los que muchos consideran modelos a seguir y paradigmas del desarrollo.
Nuestra nueva Constitución prometía revolucionar la nación. No podía ser de otra forma: como una Constitución es el soporte sobre el que se construye un país, cambiarla es un asunto casi tan difícil como extraer y remplazar el esqueleto de un hombre sin matarlo. Pero además había características particulares en la Constitución Política de 1991 que daban a la nueva carta política un aire de rebeldía juvenil.
Mientras que la mayoría de las constituciones se crean en la sumisión, cuando un adversario ha derrotado totalmente al otro e impone sus condiciones, la nuestra era una Constitución de compromiso mutuo, donde se prometía que las distintas teorías, creencias y pasiones encontrarían un espacio. En ella caben tanto el proteccionismo como la libre competencia, la seguridad social y la dictadura del mercado, la integración y el nacionalismo … Las consecuencias de esta interacción entre opuestos están aún por verse: tal vez Colombia se convierta en un Estado esquizofrénico, con instituciones que se contradigan entre sí hasta el punto de impedir toda forma de avance; o quizá Colombia, cuando salga de esta terrible guerra que impide toda transformación política real, cree un Estado donde el desarrollo sea multidireccional, donde no exista ninguna visión parcial que reine sobre las otras, y las realidades económicas se integren con las necesidades sociales y se complementen mutuamente.
Hay, en todo caso, algo claro: es aún pronto para emitir un juicio. Si la Constitución fuera un ser humano, con sus diez años no sería más que un niño que recién empieza a transformarse en adolescente, y las constituciones suelen vivir más que los hombres( a pesar de que sea cierto que entre ellas es alta la tasa de mortalidad infantil). Por eso, diez años son pocos para juzgar una Constitución … No sabemos todavía cómo será cuando madure.
Alma Máter Agenda Cultural no desea dejar pasar en silencio tan selecto cumpleaños. Por esa razón entregamos a nuestros lectores este número, con el que no pretendemos juzgar a la Constitución homenajeada, sino estimular la reflexión sobre nuestro presente y las necesarias utopías que necesitamos para crear nuestro futuro.