ISBN 0124-0854
N º 60 Septiembre de 2000
Del uso, y en ocasiones del abuso, de la fuerza no siempre surge la paz porque, simplemente, lo que se puede lograr es la aparición de situaciones de opresión e iniquidad que contribuyen, nuevamente, a la configuración de la guerra; de ahí la necesidad de pensar alternativas para resolver la confrontación armada, diferentes del incremento de la fuerza o la llamada mano dura.
La senda que privilegia toda sociedad, con un prurito de civilidad, para dar salida a la guerra es el diálogo, pero éste no significa necesariamente el cese del fuego ni la desactivación de los problemas que causan la confrontación; el actual proceso de paz colombiano así lo evidencia.
Fuego y diálogo son dos elementos perfectamente compatibles en la guerra; sin embargo, entre los dos, a la población civil le corresponde la tarea de hacer necesario y preponderante el diálogo, pues éste es el medio favorable para que los inermes, expuestos a las acciones militares de las partes en disputa, mantengan, en primera instancia, su estatus de civiles que significa ganar el respeto por su opción de la no violencia ante los
armados y, en segunda instancia, persuadir a los actores en confrontación para que cesen las acciones bélicas e incorporen, de manera decidida, el diálogo como mecanismo para avanzar en la solución de las diferencias políticas.
Avanzar en el ejercicio del diálogo es abonar el terreno de la paz, y esto indudablemente es comprometer esfuerzos para que la cotidianidad de una sociedad sin guerra sea la democracia.
Pero, ¿ Por qué la democracia tiene que ser la cotidianidad de una sociedad sin guerra? A continuación, y de manera concisa, se presentan dos motivos que contribuyen a responder este interrogante.
Primero, una paz sin