ISBN 0124-0854
N º 52 Diciembre de 1999 y el viento; pero también es delicado, de fino trazo, y sus ojos son tímidos, color de cereza.
- ¡ Oh, madre mía!- exclama, empañando el vidrio de las ventanas con su aliento-. ¡ Llegó el tiempo de los pasteles de frutas!
La persona a quien habla soy yo. Tengo siete años; ella, sesenta y pico. Somos primos, muy distantes, y hemos vivido juntos …, bueno, desde que yo puedo recordar. Viven en la casa otras personas, parientes; y aunque tienen poder sobre nosotros, y con frecuencia nos hacen llorar, en general no advertimos mucho su existencia. Somos el mejor amigo uno de otro. Me llama Buddy, en recuerdo de un muchacho que fue antes su mejor amigo. El otro Buddy murió en 1880 y tantos, cuando ella era todavía una niña. Ahora es todavía una niña.
-Lo supe antes de levantarme-dice, alejándose de la ventana con una excitada decisión en los ojos-. ¡ La campana de la Audiencia sonaba tan fría y clara! Y no había pájaros que cantasen; se habían marchado a tierras más cálidas, sí. ¡ Oh, Buddy, deja de tragar bizcochos y trae nuestro carrito! Ayúdame a buscar mi sombrero.
Vincent van Gogh. Huerto con ciruelos en flor 1888. Óleo sobre lienzo, 60 x 81 cms.
Tenemos que hacer treinta pasteles.
Siempre lo mismo: llega una mañana de noviembre y mi amiga, como inaugurando oficialmente la época navideña que alboroza su imaginación y aviva las llamas de su corazón, anuncia:“¡ Llegó el tiempo de los pasteles de frutas! Trae nuestro carrito. Ayúdame a buscar mi sombrero”.
Se encuentra el sombrero, una rueda de paja adornada con rosas de terciopelo que la intemperie ha marchitado: en otro tiempo perteneció a una parienta más elegante. Los dos juntos empujamos nuestro carrito, un destrozado coche de niño, hacia el jardín y hacia un bosquecillo de pacanas. El carrito es mío, es decir, fue
comprado para mí cuando nací. Está hecho de mimbre, bastante desbaratado, y las ruedas se bambolean como las piernas de un borracho. Pero es un servidor leal; en primavera, lo llevamos a los bosques y lo llenamos de flores, hierbas, helechos para las macetas de nuestra galería; en verano, lo cargamos con provisiones para el picnic y con cañas de azúcar para pescar, y lo empujamos hasta la orilla del arroyo; también tiene sus usos invernales: transportar leña del patio a la cocina, servir de cama tibia para Queenie, nuestra pequeña terrier anaranjada y blanca, vigorosa, que ha sobrevivido a enfermedades y a dos mordeduras de serpiente cascabel. Ahora Queenie va trotando junto al carrito.