ISBN 0124-0854
N º 38 Septiembre de 1998
Emisora Universitaria 65 años al aire
Por Alba Lucía Henao *
En la década de los 30, los párrocos de las iglesias de la pequeña ciudad de Medellín no tenían problemas para mantener los relojes de sus torres a la hora correcta: sintonizaban la Emisora de la Universidad de Antioquia.
La señal de identificación de intercambio de la Emisora era el sonido del reloj que había en el primitivo estudio. Cada hora, el micrófono recogía las campanadas del reloj-una parodia del Big Ben de Londres- y lo emitía en directo. Los sacerdotes de las parroquias de la ciudad sincronizaban sus relojes con ese repique.
La identificación de inicio de emisión era el sonido de un hacha( símbolo de la verdad) cortando leña. Sólo había transcurrido una decena de años desde que la radio se había constituido como servicio regular en los países más desarrollados del mundo y ya Medellín contaba con una Emisora: la primera Cultural de Colombia y la primera universitaria de América Latina.
La Emisora nació en 1933 como fruto de la experimentación física: dos profesores de
esa materia, José J. Sierra y Próspero Ruiz, unieron su entusiasmo investigador al de varios estudiantes y montaron una emisora casera de onda corta. La primera sorpresa fue que ese artesanal intento traspasó no sólo las fronteras de la ciudad sino del país y logró hacerse escuchar en más de dieciocho países, según testimonia José J. Sierra, primer director de la emisora, en el número de enero de 1937 de la revista Universidad de Antioquia.
El rector de la época, Clodomiro Ramírez, se sentaba en la ventana de su oficina con el equipo de onda corta y, acompañado por radioaficionados de la ciudad, se comunicaban con sus similares del mundo entero, desarrollando diálogos e intercambios sobre los más distintos campos del saber. Estos diálogos eran escuchados por los párrocos y todos los demás oyentes de la incipiente Emisora que, desde ese entonces, ya se nutría y reflejaba las principales corrientes del pensamiento y la ciencia universales.
José J. Sierra escribió en ese entonces:“ Ha llegado el momento en que la luz del Alma Máter se coloque sobre el candelabro para