Agenda Cultural UdeA - Año 1998 DICIEMBRE | Page 29

ISBN 0124-0854
N º 41 Diciembre de 1998
Ahora no quiero recordar lo que sentí, un profundo frío recorrió todo mi cuerpo. De verdad, como decía mi mamá, mi papá y mi hermano mayor, ahí no cabía nadie, no había nadie, solo un poco de tubitos y alambres y otras cosas que yo no conocía.
Pasé algunos días odiando el radio, odiando a Carlitos, el que había hecho negocio conmigo y añorando el yoyo de mi hermanito.
Sin embargo, el enfado no duró mucho. Una noche que cayó un tremendo aguacero, entré a la casa todo empapado y me di cuenta de que mi familia, toda o casi toda, estaba en la sala. Hasta mi hermano mayor que lo único que hacía era dormir, estaba acostado en el sofá, lo vi a través de una pequeña rendija que daba al corredor.
Oí la voz de un hombre grande, de esos que parecen salidos de otro mundo diciendo“ Angélica, te juro que tú eres la única, nunca...” en ese momento se escuchó la voz de una mujer, bueno, no era una señora, tenía voz de niña, que le decía“ Yo ya no te creo nada, nada de lo que me dices”... Así que tuve dos sensaciones, o había entrado a la dimensión desconocida o me había equivocado de casa.
Pero no, esa sí era mi casa o por lo menos parecía serlo porque ahí estaba mi hermano, así que procedí a llamar la atención: tosí, tropecé contra las escaleras, deje caer el balón y hasta amenacé con irme de la casa si alguien no me contestaba. Pero no, todo fue inútil, mi casa parecía un cementerio,
nadie se dio cuenta que yo había entrado.
Finalmente pensé, debe ser la visita, oyendo chismes como de costumbre, así que hice mi entrada triunfal:“ mamá, pap...” todos estaban ahí, el único que faltaba era yo. Pero no había nadie, no había visita, sólo el radio, por el radio estaban hablando el hombre grande, el que parecía salido de otro mundo, y Angélica, la señora pequeña, la que parecía una niña. No había nadie más.
Volví a pensar en mi radio, el que había cambiado a Carlitos, el que había empezado a odiar por haberme engañado. Subí las escaleras tan rápido como pude y del fondo del cajón donde guardaba los juguetes viejos, saqué mi pequeño radio, el producto del negocio más grande de mi vida.
Tantos años después aún lo conservo conmigo, creo que con él aprendí a querer tantas cosas... aprendí a vivir, conocí el mundo, lo grande que puede ser. Amé por primera vez a Chopin, me disfruté a María Callas, a los Beatles, a Freddy Mercury, amé también a Borges, a Neruda ya Mistral. Oí a Allende y a Gaitán. Conocía la voz de Fidel Castro y me conmovió la lucidez de Octavio Paz y César Vallejo.
No puedo decir que no hay nada como la radio, porque cada quien tiene el derecho a identificarse con quien quiera o con el objeto que mejor le parezca, pero, la radio, es otro mundo, es la posibilidad de soñar, de imaginar, de recrear, de construir la propia historia a partir de las voces, los testimonios, los