se encarnó, es decir, asumió la naturaleza
humana, en medio de una situación mar-
ginal o periférica. No es que José y María
vivieran en la periferia de Belén; de hecho,
se hallaban allí solo de paso o de visita,
porque debían empadronarse (cf. Lc 2, 1-5) ,
y, mientras «estaban allí, se le cumplieron
los días del alumbramiento y dio a luz a su
hijo primogénito» (Lc 2, 6-7a) . Sin embargo,
la situación en la que se da el nacimiento
de Jesús, no en un lugar apropiado e im-
provisando, un lugar, con las prisas y las
limitaciones que ello implica, sin las aten-
ciones suficientes, es claramente una si-
tuación periférica y de marginalidad que
millones de personas viven a diario en las
orillas o en los centros de las ciudades —la
ubicación local o geográfica importa poco—
donde tienen lugar las ya mencionadas pe-
riferias existenciales.
tos puedan seguir existiendo todavía como seres
humanos. Inclusive, se ha alentado la propaga-
ción de una opinión en la población de que los
de abajo los son porque no quieren dejar de serlo,
porque no quieren trabajar, estudiar o esforzar-
se, porque son incapaces de organizarse, porque
es más fácil y cómodo estar recibiendo irrespon-
sablemente todo por obras de beneficencia, asis-
tencia o caridad; opinión que ha llegado a tener
el rango de opinión pública. De este modo, estig-
matizadas, estas personas son llevadas a culpar-
se por algo que, en realidad, en último término,
es una privación injusta.
El nacimiento de Jesús se narra en los evange-
lios de Mateo y de Lucas, y en este último se dice
que, recién nacido, María lo «envolvió en pañales
y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio
en el albergue» (Lc 2, 7b) . El Dios vivo y verdadero
AD GENTES
NOVIEMBRE · DICIEMBRE 2017
La Iglesia nos enseña que el misterio de
la encarnación ciertamente tuvo lugar en
un tiempo y en un espacio determinados,
pero que, lejos de quedarse limitado a ese
tiempo y a ese espacio, sigue actuándose
a lo largo de la historia de la salvación. En
este sentido, a pesar de vivir una realidad
tan dura, las personas que viven en már-
genes o periferias mantiene una relación
continua y profunda con Dios, relación
que conforta y reconstituye a estas perso-
nas fortaleciéndolas y animándolas para
seguir nadando a contracorriente. En el
extremo de vivir en el desprecio y el aban-
dono, estas personas encuentran en su
relación con Dios una fuente de paz y de
fuerzas para vivir constructivamente en
medio de las destructivas condiciones que
las rodean. Su relación con el Dios de la
vida y de la historia, con el verdadero Dios
por quien se vive, lejos de hacer que estas
personas se sientan víctimas o que solici-
ten que se les tenga lástima, las enaltece
por su encarnación y las colma de respeto
y dignidad, las robustece y les ofrece un
porvenir iluminado por la esperanza.
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