Ad gentes revista nov_dic | Page 45

se encarnó, es decir, asumió la naturaleza humana, en medio de una situación mar- ginal o periférica. No es que José y María vivieran en la periferia de Belén; de hecho, se hallaban allí solo de paso o de visita, porque debían empadronarse (cf. Lc 2, 1-5) , y, mientras «estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2, 6-7a) . Sin embargo, la situación en la que se da el nacimiento de Jesús, no en un lugar apropiado e im- provisando, un lugar, con las prisas y las limitaciones que ello implica, sin las aten- ciones suficientes, es claramente una si- tuación periférica y de marginalidad que millones de personas viven a diario en las orillas o en los centros de las ciudades —la ubicación local o geográfica importa poco— donde tienen lugar las ya mencionadas pe- riferias existenciales. tos puedan seguir existiendo todavía como seres humanos. Inclusive, se ha alentado la propaga- ción de una opinión en la población de que los de abajo los son porque no quieren dejar de serlo, porque no quieren trabajar, estudiar o esforzar- se, porque son incapaces de organizarse, porque es más fácil y cómodo estar recibiendo irrespon- sablemente todo por obras de beneficencia, asis- tencia o caridad; opinión que ha llegado a tener el rango de opinión pública. De este modo, estig- matizadas, estas personas son llevadas a culpar- se por algo que, en realidad, en último término, es una privación injusta. El nacimiento de Jesús se narra en los evange- lios de Mateo y de Lucas, y en este último se dice que, recién nacido, María lo «envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue» (Lc 2, 7b) . El Dios vivo y verdadero AD GENTES NOVIEMBRE · DICIEMBRE 2017 La Iglesia nos enseña que el misterio de la encarnación ciertamente tuvo lugar en un tiempo y en un espacio determinados, pero que, lejos de quedarse limitado a ese tiempo y a ese espacio, sigue actuándose a lo largo de la historia de la salvación. En este sentido, a pesar de vivir una realidad tan dura, las personas que viven en már- genes o periferias mantiene una relación continua y profunda con Dios, relación que conforta y reconstituye a estas perso- nas fortaleciéndolas y animándolas para seguir nadando a contracorriente. En el extremo de vivir en el desprecio y el aban- dono, estas personas encuentran en su relación con Dios una fuente de paz y de fuerzas para vivir constructivamente en medio de las destructivas condiciones que las rodean. Su relación con el Dios de la vida y de la historia, con el verdadero Dios por quien se vive, lejos de hacer que estas personas se sientan víctimas o que solici- ten que se les tenga lástima, las enaltece por su encarnación y las colma de respeto y dignidad, las robustece y les ofrece un porvenir iluminado por la esperanza. 43