CUENTOS
EL DROMEDARIO
7
- ¿Qué le hicieron al cielo?
No entendí. El cielo era azul como siempre, y con nubes repartidas. De hecho no. Estaba despejado. Otra persona me habló, preguntándome de dónde venía. No lo sabía, sólo sé que estaba ahí. Viendo que había perdido la memoria, me mostró un dibujo: un pájaro, pero no tenía patas. Era muy colorido, de hecho colores que nunca había visto en un pájaro. Pero no tenía patas. Tenía piernas, sí. Era muy humano para ser un pájaro. Pregunté por qué se veía así, y me respondió:
- Empecé a pintarlo cuando existía. Cuando dejó de existir, no había puesto colores, y no había visto todo lo que no dibujé. Entonces lo dibujé como veía a los demás vivos. Lo dibujé como veía al cielo y lo vestí de naturaleza, porque de ahí venía y ahí desapareció.
Otro más llegó a hablar, y, al verme, recordó que esos animales hacían música.
- Sí. Los que se veían así hacían música. Este es sólo uno de ellos. Los ancianos dicen que eran cinco.
La música me llamaba mucho la atención. ¿Podría ver a los otros pájaros?¿En serio habían desaparecido?¿Por qué lo habían hecho? Fui a mirar el sitio. Nadie más parecía tener palabras. La selva era inmensa, algunos dirían que impenetrable, si tuvieran palabras. Pude entrar, y no ví animales. Sólo alcancé a ver un río, el que había escuchado antes. La selva acabó derrotándome, y me dormí ahí mismo. Al despertar, había regresado al pueblo. Hablé con el primero que había encontrado cuando llegué la primera vez. Fui a hablarle, y me dijo:
- ¿Qué le hicieron al cielo?
Como no sabía qué responderle, seguí derecho. El segundo me dijo, después de mostrarme el dibujo de un pájaro con patas humanas:
- Empecé a pintarlo cuando existía. Cuando dejó de existir, no había puesto colores, y no había visto todo lo que no dibujé. Entonces lo dibujé como veía a los demás vivos. Lo dibujé como veía al atardecer. Lo primero que dibujé fue la cabeza, cuando el sol estaba ahí. Luego, la nada que siguió, y finalmente lo que pude apreciar cuando todo se había ido.
El tercero llegó a la conversación y empezó su frase.
- Sí. Los seres que así lucían entonaban melodías. Este es sólo uno de ellos. Los ancianos dicen que.
Y, mirando hacia su espalda, se quedó callado. Con una hoja en la mano, había perdido sus palabras, o no las hallaba. No sé si se desvaneció. Inmediatamente me encaminé de nuevo hacia la selva, y llegué de nuevo al río. Parecía más ligero esta vez. Empecé a caminar hacia el origen del río. El sueño siempre estuvo presente, pero nunca caí presa del reino onírico. Caminando, ví a un ser de lo más extraño. Largo, hasta tenía la nariz alargada, y el cuerpo también, y como un palo. Llevaba una larga rama. El sueño me iba ganando. En mi último parpadeo, el ojo de la criatura reveló un intenso color carmesí. No puedo decir si eran de ese color, o si el color los llenó progresivamente.
Otra vez, desperté a la entrada del pueblo. Casi que no quería hablarle al primero, pero lo hice igual, no vaya y sea que esta vez dijera algo diferente. Para sorpresa de nadie, me dijo:
- ¿Qué le hicieron al cielo?
Me pregunté si alguna vez iba a perder las palabras. Se veía que había pasado demasiado tiempo en esa posición, ahí en ese mismo espacio. ¿Habría dormido, comido, o experimentado alguna otra actividad en todo su tiempo? Quería preguntarle al segundo, pero no lo ví. Tampoco ví al tercero. Uno nuevo, el cuarto apareció en el pueblo, y me dijo, sin mirarme:
- Somos seres muy curiosos, ¿no? Hace tiempo nos crearon unos seres venidos de arriba, y, como agradecimiento, nos olvidamos de lo sucedido. Así que, cuando un buen día desaparecieron, mostramos nuestro agradecimiento dibujándolos.